sábado, 16 de enero de 2016

Fue mi niño interior



Generalmente las personas acostumbramos confundir los términos, en especial cuando buscamos excusas a nuestro comportamiento impulsivo e incoherente, por no decir irracional. En  esos momentos preferimos decir que fue "dejar salir nuestro niño interior" y pasarnos por la "faja" la responsabilidad frente a algo que no fue más que un acto de absoluta inmadurez emocional.

Siempre que no superamos una frustración o qué hacemos algo abiertamente destructivo, evadimos nuestra responsabilidad culpando ese infante interno, que muy seguramente se sentiría muy desepcionado de ver el adulto en el que nos hemos convertido. Otra veces, cuando nuestro comportamiento parece digno de una enfermedad mental, al hablar y actuar  distante de nuestra edad cronológica o "llenarnos de motivos" por una mirada o un gesto de otra persona, volvemos a poner en aprietos a ese indefenso personaje de nuestro interior.

Y es que en definitiva siempre queremos culpar a otro de nuestra acciones, nos cuesta trabajo aceptar la responsabilidad de aquellas que consiéntemente sabemos que nos son aceptadas, muchas veces nisiquiera por nosotros mismos. Sino podemos superar una frustración, fue porque de niños nos consintieron mucho; sino podemos mantener una relación, es porque de pequeños nunca nos enseñaron de constancia; si somos egoístas es porque no tuve hermanos, por tanto nunca aprendí a compartir; en últimas, soy una víctima de las circunstancias y  de un sobre dimencionado Infante interior que toma las riendas de mi vida y mi razón (algo así como Poseido por un Infante). 

La realidad es que confundimos los términos porque realmente olvidamos a nuestro niño interior, no lo estamos dejando surgir, por el contrario lo frustramos como adultos, hemos olvidado realmente como era ese niño y los sueños que tenía, lo que quería alcanzar de adulto. Olvidamos su capacidad de amar, de darlo todo por los demás, de expresar sus sentimientos sin temor y decirle a sus padres y amigos cuanto los ama, de cómo hacer un mejor amigo con alguien que tan solo acaba de conocer, sin importar el color, la raza o la posición social.

Dejamos atrás su forma de ver el mundo, de sorprenderse cada día por las cosas más simples y elementales, de compartirlo todo con sus amigos, de querer ayudar a todos,  ser capaz de salir corriendo y dar una moneda a un necesitado y sentir gratificación en eso. Perdimos su capacidad de perdonar y olvidar, de entender que una discusión es algo pasajero y que lo importante es no perder el amigo y que todo puede superarse; saber que las cosas no valen por su precio, sino por la felicidad que me generan.

Cierto, muchos niños tienen un leve toque de malicia natural, de esconder algunas cosas, pero la realidad es que somos los adultos quienes elevemos esas actitudes de forma superlativa, en el fondo El Niño solo busca algo cada día: sonreír, ser feliz y compartirlo con sus amigos.

Hoy en día muchos somos todo lo contrario de lo que queríamos ser de niños, o nos escudamos tras una máscara de madures o nos disfrazamos de infantiles, pero en ninguno de los casos guardamos relación con ese niño que fuimos y que quizá un grupo de adultos frustrados truncó y amargo. 

Ojalá podamos volver a tener un contacto profundo y real con nuestro niño interior, seguramente abría menos discusiones, frustraciones y tristezas en nuestra vida, las que serían remplazadas por risas, juegos, amigos y mucha felicidad, eso sería realmente madurar.

Mientras lo piensas, te espero en los "culumpios".

No hay comentarios.:

Publicar un comentario