martes, 23 de marzo de 2021

El anhelo más profundo

 


    Hace ya un buen tiempo que no me tomaba un espacio para escribir en mi blog, he estado absorto entre amores, desamores, trabajo y ocio, que no había dado lugar a la inspiración o quizá tan solo la estuve ignorando por algunos días, buscando encontrar en otros parajes la tranquilidad emocional, que tantas vences encontré al sentarme a escribir unas pocas líneas.

    Hoy nuevamente retomo este bello hábito de expresar lo que mis pensamientos y vivencias me enseñan, con el deseo de retomar, juiciosamente, esta inspiradora práctica. No se si como en otros escritos logre llegar a conclusiones que nos suban el ánimo, pero si se que solo voy a dejarme llevar por lo que la mente me motiva.

    En estos largos días de alejarme de las letras escritas por mi, me he dado a la tarea de buscar, en muchos lugares, lo que he llegado a considerar el anhelo más grande que toda persona puede tener. Bueno, parto de que es un pequeño análisis desde mi pensamiento y experiencias, lo cual espero no vaya a generarles ningún conflicto. Este anhelo pienso que es de la aceptación.

    Si nos remontamos a las historias bíblicas de los primeros hombres que deambularon sobre la tierra, podemos ver en sus historias que uno de los principales problemas por los que el hombre (o mujer) siempre ha cedido o dejado de lado las normas o la moral, se enfoca en el simple deseo de ser aceptado. Que el otro me reconozca y me de mi lugar, el lugar que yo mismo no creo merecer, a no ser que el otro así lo decida.

    Podemos pasar de Eva, que cedió ante la ilusión de ser tan grande y aceptada como Dios; a Adán, que por la aceptación de Eva decidió comer del fruto; a Cain, quien mató a Abel porque su ofrenda fue más ACEPTADA que la suya propia ante Dios… Y si seguimos pasando de historia en historia vamos viendo como siempre, siempre, hemos anhelado con fervor eso: ser aceptados.

    Si nos remontamos a la historia de esta dulce patria del sagrado corazón, toda nuestra independencia partió de un simple rechazo. Cuando un grupo de personas no se sintieron aceptadas por los colonizadores, no aguantaron más el rechazo y ante la negación de prestar un simple florero se desató una cruenta revolución.

    Todos los días, a veces sin darnos cuenta, todo lo que vamos haciendo por el camino está constantemente soportado en la búsqueda de que los otros nos acepten, nos consideren sus iguales, nos reconozcan y nos concedan nuestro lugar. Obvio, no vamos a decir que es malo o que está mal buscar que respeten como mínimo nuestros derechos o nos den el valor como ser humanos.

    Pero a veces esta búsqueda de la aceptación se vuelve tan obsesiva e imperceptible que al final del día, al regresar a casa, todo lo que hemos hecho o dejado de hacer por la búsqueda de esa aceptación, nos transforma en personas que muy seguramente no podríamos reconocernos frente al espejo.

    Lo más triste del asunto es que llegamos a perdernos, estamos tan afanados por la aceptación de los otros que buscamos vestirnos a su gusto, oler como les gusta, hablar como lo hacen, caminar como caminan y hasta pensar como lo hacen, porque entonces podremos, aunque sea mimetizadamente, ser parte de quienes esperamos hacer parte y nos olvidamos de quienes somos y que queremos.

    En otras ocasiones, hemos caminado tantos años haciendo las cosas para ser aceptados por los demás, que ya ni siquiera recordamos quienes somos realmente. Ya solo traemos a cuestas las múltiples personalidades que hemos ido recogiendo en el camino en la búsqueda de que los otros nos reconozcan, nos miren y nos hagan sentir como parte de ellos.

    Cierto, somos un animal que fue diseñado para vivir en comunidad, para hacer parte de una manada y de un grupo, pero lo primero que tenemos que lograr, antes de exigir la aceptación de los demás, es ver si estamos nosotros dispuestos a aceptarnos a nosotros mismos. Porque estoy seguro que nadie quiere aceptar a un camaleón como parte de su grupo, nadie quiere tener a su lado alguien cambiante y sin forma, sin carácter.

    Nos hemos acostumbrado tanto a buscar la aceptación de los demás, sea por la fuerza (como algunos grupos en la sociedad) o por la imitación (como tantos seres humanos) que no nos damos cuenta de que la primera aceptación que tenemos que buscar es la nuestra. Reconocernos, saber que realmente es lo que somos, que realmente es lo que necesitamos para crecer, para evolucionar y avanzar que es nuestro objetivo final. Para vivir la tan anhelada felicidad.

    Claro que eso no es un trabajo fácil, primero hay que saber quienes somos realmente, que de ese ser que tenemos frente al espejo es realmente nuestro, porque en muchas ocasiones lo que tenemos es un Frankestein compuesto de muchos pedazos de diferentes personas… y entonces hay que empezar a desprender todo lo que no es nuestro.

    Obvio, no es fácil. Pero ¿cómo podemos esperar que alguien nos acepte, si nosotros mismos no somos capaces de aceptarnos? ¿cómo esperar que alguien quiera estar con nosotros si muchas veces nosotros no queremos estar con nosotros mismos? Sólo hay un camino, empezar por hacerlo nosotros.

    Yo, a mis cuarenta años, he decido empezar ese camino, quitar de mi todo lo que no es realmente mio, todo lo que recogí en el camino y empezar a buscar quien realmente es esa persona que, obvio, es construcción de mi interacción con los demás, pero quitar todo lo que simplemente fue copia en búsqueda de aceptación.

    Por eso, esta bien buscar la aceptación, pero procura que la primera que busques sea la tuya propia.