lunes, 18 de diciembre de 2017

Así es la vida!


No tengo recuerdo desde cuándo, pero considero que desde que fue un éxito, la canción del grupo mexicano Elefante titulada como este post, se convirtió en mi himno. Todo el que ha tenido cercanía con mi vida desde el año 2001 para acá, sabe que esa canción la canto con fuerza, con pasión, con entusiasmo, como si mi vida dependiera de ello. ¡Así es la vida!

Durante muchos años no entendía porque una canción, que aparentemente presenta una decepción amorosa, y la cual hasta ese momento yo no había vivido, se convertía en un himno para mi vida. Toda una insignia que expresaba con la mayor de las alegrías posibles y que en cada mensaje o fiesta buscaba siempre cantarla y hacer su mímica a voz en cuello. Incluso la primera “caneca” que me gané en una discoteca por la mesa más alegre fue fruto de la coreografía de esta canción de la banda mexicana.

Solo hasta hace unos años alguien me hizo un breve análisis del porque esta tonada me generaba tanta felicidad. En el fondo de la letra, escuchando profundamente su significado y e interpretando la actitud de la historia narrada en la canción, esta representaba a alguien que vulgarmente definiríamos como un “importa culista” alguien que en definitiva siempre ve la vida con mucha frescura.

Alguien que sabe que la vida es “a veces negra, a veces rosa” y esto no lo trasnocha. Alguien que considera que hay momentos donde la vida “te quieta, te pone, te sube y te baja” y por eso puede navegar con una sonrisa, con una “botella” y con una canción cualquier momento de la vida. Desde el más triste, hasta el más feliz.

Al principio me pareció una crítica dura, ser yo un ser que no le da importancia a nada, que simplemente va por la vida viviendo y disfrutando, tanto de lo bueno y de lo malo, que a veces nada y otras, ni agua bebe. Pero que en cada momento de la vida siempre considera que “así es la vida”

Me sentí muy mal por verme reflejado en un ser tan superficial o tan mezquino. Pero divagando un poco más sobre el tema. Pensando en esa vida donde nada tiene tanta importancia como para distraernos de lo importante, donde en últimas nada es totalmente importante como vivir y disfrutar de la vida, siendo consientes de la que vida es una montaña rusa donde a veces estas arriba y otras estas abajo. Consideré que no era tan malo.
La vida en últimas está compuesta de buenos y malos momentos, de victorias y fracasos, de obtener y de perder. De decisiones y renuncias. Y entonces me di cuenta que nada de malo estaba en ver la vida con tanta frescura. Por el contrario, que la vida no es para verla con amargura o tristeza o desesperación. La vida es para disfrutarla hasta la última gota y si algo malo pasa “que me traigan más botellas”

Así que amigos, al mejor estilo de así es la vida, seguiré mi camino por esta via en la misma dirección, disfrutando a cada instante. Riendo, gozando, tomando y dejando. Viviré la vida con pasión y fuerza, sin darle transcendencia a tantas cosas que las personas le dan importancia, solo dándole importancia a vivir y a gozar… y que me apunten en la cuenta… si algo les debo.


Porque Así es la vida, de caprichosa!


Fuente imagen: https://huellasenmialma.files.wordpress.com/2014/05/path-of-life-to-the-sky-wallpaper__yvt2.jpg

jueves, 7 de diciembre de 2017

Más que una profesión



Hace unos días una amiga a quien quiero mucho me envío una imagen y me pidió que escribiera sobre lo que esto me inspiraba, y viéndola empezó a volar la imaginación y mi corazón. Todos los elementos que podía ver en la imagen los relacioné con una de las cosas que amo hacer, esa que aspiro sea la que ocupe los últimos años de mi vida: enseñar.

Cuando me iniciaba en la formación secundaría, donde tuve por fortuna ingresar a una institución educativa normal (Las escuelas “normales” formaban a los maestros de básica primaria, hace unos años), empecé a recibir clases de orientación vocacional para dirigir mis pasos hacia esta labor. Sin embargo en esa etapa de mi vida tuve varios roses con personas que “vivían del tablero y la tiza” pero detestaban su ocupación y por ende orientaban a las mentes jóvenes a dedicarse a otras ocupaciones.

A pesar de esto, extrañamente en mi corazón la docencia y la pedagogía se sembraron con fervor. Sé, que como dice mi abuelo, “cada viejito alaba su bastoncito”, y para cada uno su profesión será la más importante, la de mayor impacto, la de mayor trascendencia para la sociedad o la más importante. Cada uno verá que su profesión es la más necesaria para la sociedad. Por lo que, buscando no herir susceptibilidades, les daré la razón, todas las profesiones son supremamente importantes, necesarias, fundamentales, críticas para que se mantenga el “contrato social”.

Sin embargo, eso es así porque la docencia no puede ser vista como una profesión. No, no es solo una ocupación para generar ingresos y buscar un estilo de vida (aunque muchos la utilicen de esa manera), la docencia es la invitación a transformar las vidas, a sembrar la curiosidad en los corazones de las personas, a promover el autorreconocimiento y la valoración. La docencia es una vocación encaminada a buscar el crecimiento del ser humano.

Cierto, hay muchas profesiones que se encargan de nuestro cuidado, de nuestra salud y de nuestros bienestar, los que nos administran, los que nos dirigen, los que nos cuidan. Pero solo una se encarga de invitarnos a ser, a conocer, a avanzar. Es una vocación que invita a quienes la ejercen a ver su labor como algo más allá de la remuneración. Lo que está en las manos de un docente no es una vida, es la vida misma de la persona y de quienes tengan relación con ella.

A través del docente una persona puede abrir su mente, puede apasionarse por la vida y el conocimiento o puede cogerle aberración y odiarla. Un guía, un maestro, un docente toca vidas, toca los corazones, las razones y las perspectivas de las vidas que serán, a partir de ahí, un nuevo ser. El fruto de esta labor no es inmediato, pero de él dependerán las  decisiones y las acciones que emprenda hacia el futuro.

Muchos somos lo que somos por nuestros maestros, profesores y docentes, los recordamos con cariño o tal vez con odio, nos apasionamos por lo que nos enseñaron. Muchos de los caminos que tomamos fueron fruto de su ejemplo de su pasión. La excelencia la buscamos a partir de sus instrucciones.

Cierto, nuestros padres son parte de esta influencia, pero eso es cuando nuestros padres, como primera escuela en la que nos encontramos, actúan como un maestro de vocación, cuando nos enseñan y aman, guiándonos para empezar a interactuar con otros maestros y profesores.

Mi pasión por enseñar nació con mi profesor de tercero de primaria, un hombre amante de su labor, apasionado por lo que hacía y que nos inspiraba a todos a ser mejores. Luego vino con un maestro, que a pesar de ser sacerdote, tenía la capacidad de aceptar al otro en sus diferencias (digo a pesar por que muchos se toman el papel de jueces de la moral), él nos enseñó a aceptarnos, a vivir, fue de quien copie mi costumbre de iniciar mis clases con una frase.

Pero mi principal motivante a ser maestro ha sido mi padre, quien fue mi primer maestro, me enseñaba con paciencia, me retaba a ser mejor. Me escuchó y aconsejó. Siempre habló de todos los temas de la vida, la ciencia y la filosofía.

Por eso, no importa que labor realce hoy, no importa en cuantas áreas y profesiones me pueda desempeñar, algo que tengo muy claro es que mi vida la quiero terminar en un aula de clase inspirando a otros a ser mejores y a transformar no solo sus vidas, sino también la vida de quienes estén a su alrededor.


Por eso, ser maestro, guía, docente o facilitador no es una labor o profesión, es una vocación.


Fuente imagen: https://www.facebook.com/ximena.m.munoz.98

viernes, 1 de diciembre de 2017

Un camino de obscuridad


Se acerca el cierre de otro año, el cierre de un ciclo, 335 oportunidades que vivimos para ser felices y alcanzar nuestros sueños (faltan 30 días todavía para ser 365).Y en este tiempo, no sé a ustedes, viví muchos momentos obscuros donde me sentía atravesando por un sendero tenebroso, escalofriante y deprimente. En muchas ocasiones tuve la intención de desistir, simplemente tirar la toalla porque no encontraba una salida a este espantoso sendero.

En muchas ocasiones me dí por vencido completamente, sabría que no importaba cuantos días transcurrieran yo iba a seguir atrapado en ese obscuro lugar. El pasar de los días, en muchas ocasiones, solo el recuerdo de las frustraciones vividas, de las rutas o caminos que por mi propia mano dejé que se cerraran ante mis narices. Incluso laboralmente iniciando el año me sentí afligido e insatisfecho.

Lo más angustiante en su momento fue buscar un motivo, una razón para todas estas problemáticas, cómo dirían algunos, el porque me encontraba donde me encontraba. Generalmente la búsqueda de esta situación me llevaba al mismo punto, era mi culpa, yo había sido el responsable de ingresar por ese camino, yo me había desviado y había permitido que todo se volcara por donde se estaba volcando.

En ese momento, y solo por un instante, le di la razón a quienes no creen en Dios, porque Dios no tenía nada que ver con las cosas malas que ocurrían o con las emociones que me afligían. Todo lo que estaba pasando en mi vida era solo la cosecha de los frutos que yo sembré en el camino. Cada cosa por la que estaba pasando era recoger lo que durante mucho tiempo había sembrado.

Pero esto, de nada sirvió, encontrar un responsable no me solucionó nada, eso no me sacaba de ese camino, no cambia el horizonte y mucho menos prendía una luz en la obscuridad para encontrar una salida próxima. Todo lo contrario me tenía aferrado a mi tristeza, me dejaba atrapado en pasado. La única solución que se me ocurría en ese momento era encontrar un camino a mi pasado y cambiar mi situación (Al mejor estilo de Marti Mcfly)

Efectivamente la sola idea de viajar en el tiempo a solucionar mis problemas solo lograba hacerme sentir más estúpido y enterrarme más en la melancolía. Era un año oscuro, con un camino aún más tenebroso que cualquiera de las cintas de terror que alguna vez vi en mi infancia. Y para acabar de completar, mi mente solo buscaba responsables. Tenía que haber a quien quién pagara por todo el infierno que estaba pasando. Pero ser la respuesta a la pregunta, me dejaba en el mismo punto donde había iniciado y ese no era el objetivo.

Era el más obscuro camino que había caminado en toda mi vida, 36 años o 700 eras… nunca había estado ahí. De repente, y recordando muchos de mis discursos profesionales, recordé una premisa que siempre defendí: ante un problema, no importan los responsables, hay que buscar las soluciones. Los responsables pueden esperar. Cuando el camino vuelva a su sendero, cuando todo retome las vías necesarias, ahí será el momento de hallar los responsables.

Y entonces en mi mente todo empezó a cambiar, lo obscuro del camino ya no me afectaba. Debía trabajar en las soluciones y no en la problemática, ni en los responsables. En mi mente cada cosa debía tomar un nuevo sentido y esfuerzo. Cada fuerza en mi ser debía estar destinada solo a una cosa, cambiar realmente el rumbo de mi vida. La vida me había llevado a ese lugar, no para quedarme aterrado en un rincón. Era la oportunidad de replantear, de renacer.

Lo primero, dejar de pensar en el ayer. Dejar el pasado en el pasado, mirar al horizonte en la búsqueda del nuevo sendero que seguir, dejar de pensar en lo pasado. Lo segundo soltar las cargas, las culpas, los rencores, las responsabilidades autoimpuestas que correspondían a otros. Ya es difícil recorrer el camino con las propias cargas, imaginen recorrerlo con las cargas de los demás.

Cuando levanté la mirada ante todas estas decisiones me di cuenta que el año estaba terminando, pero que estaba avanzando, quizá no al ritmo que hubiese querido, quizá  no con los logros que esperaba o las metas que pretendía alcanzar, pero estaba avanzando. Había logrado algunas, otras estaban empezadas. El camino al cierre de este año empezaba a tornarse en otros tonos.

Hubo decisiones dolorosas, personas que dejar en el pasado, sueños y esperanzas que solo representaban ataduras imposibles de librar, que era necesario olvidar. Y extrañamente estas decisiones y acciones, estas libertadas… abandonar la búsqueda desgastante de un culpable me había permitido pensar en soluciones.

Para muchos faltan unas pocas horas para cerrar el año y ya empezaron con el látigo a infligirse los castigos necesarios por no alcanzar las metas esperadas en este obscuro año que termina. Ya empezaron a juzgarse por los sueños no maternizados o las promesas incumplidas. Lo que no se dan cuenta es que solo fue otra vuelta al sol, pero todavía se pueden alcanzar esos sueños y esas metas.

Falta unas horas para terminar esta vuelta al astro que domina nuestro entorno, pero no para dejar de caminar en pos de alcanzar las metas proyectadas. Solo es el comienzo hasta lograr lo querido.

No es un cierre o un final, es un nuevo comienzo para continuar por el camino, avanzando al horizonte con los ojos llenos de esperanza, conscientes de que vamos a lograr, de que podemos alcanzarlos, salir de los escabrosos y llegar a tierras más placenteras. Solo hay que dejar de buscar culpables y soltar las culpas. Solo hay que caminar pensando en soluciones y esperanzas.


Feliz cierre de año para todos. 


Fuente de soda: https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhMG5xb1WxNP1vlLohe1R2b6ynuVt9ex2hzzibkxnm3L727Ng0L_XKE8gV8y8saT8ZBHsACdtDhVRUt3ZcM1vY9gQVd9gZjD8-lcu62ejNM2aTwMwMDYH8m7NiQ9OqNEiERDdXnEE7PueRC/s1600/oscuro-bosque-naturaleza-paisaje-31000.jpg

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Juventud ¿Divino tesoro?



El ilustre poeta nicaragüense Feliz Rubén García Sarmiento, mejor conocido como Rubén Darío,  dedico en una de sus bellas composiciones una estrofa a la juventud, pero desde la nostalgia, desde la tristeza de su pasar y el vacío que deja su ausencia. En el poema titulado “canción de otoño en primavera” da entender que la ausencia de la juventud es solo un cumulo de tristezas y desazones. Sin embargo, disertando un poco sobre el tema he querido plantear este interrogante, ¿es realmente la juventud un divino tesoro?

Todo esto surge a raíz de un dialogo con mi hijo mayor hace algunos días, en el cual me daba a entender que a mis 36 años ya estaba viejo y había muchas cosas que ya no podía hacer por el peso de tantas décadas sobre mis hombros. ¿Qué tal que supiera que son más de 700 décadas?... En fin, en su expresión y desde su análisis la juventud lo era todo, la vejez ya era la perdida de toda posibilidad de toda oportunidad, era tan solo el final de la vida.

En ese momento, y haciendo una breve remembranza de mi pensamiento a sus 15 años recordé cuanto anhelaba tener 30 o 40 y ser autónomo, tomar mis decisiones, vivir mi vida y alcanzar mis sueños. No digo que hubiera alcanzado todos los sueños que me proponía, pero sabía que quería avanzar, no quedarme en la juventud, por el contrario quería que esa etapa pasara lo más pronto posible.

Recuerdo mucho que uno de los dichos que más marco mi interés en llegar pronto a mis 40 fue el que mi padre me enseñó como de Winston Churchill “Quien a los 20 años no es comunista, no tiene corazón y quien a los 40 años lo sigue siendo, no tiene cerebro”. Recuerdo mucho que lo que más he querido siempre es distinguirme por ser inteligente, por ser alguien con gran brillantes y sabía que lo que realmente nos enseña, además de los libros y la escuela, es la experiencia.

Fue en esa etapa de reflexión que confronte a mi hijo con sus postulados ¿Qué tiene la madurez que envidarle a la juventud? ¿Cuál es el valor agregado de la juventud sobre la vejez y madurez? En ese momento su capacidad de raciocinio solo le permitió enfatizar en la fuerza y la resistencia física. Recuerdo que tan solo lo miré con cara de decepción y le dije:

La juventud es solo un cumulo de inexperiencia, una llenura de ignorancia y falta de razón. La juventud generalmente viene acompañada de la terquedad y la estupidez, como dicen los poetas, la estupidez de la juventud. La juventud siempre antepone la fuerza y lo físico a la astucia y la sensatez. La juventud son un cumulo de sueños sin acciones, sin razones, sin conocimientos y sin humildad. Y es que es tal la vanidad de la juventud que no se da cuenta de la importancia de escuchar la voz de la experiencia y termina repitiendo los errores de los que le hablaron.

En ese momento su respuesta, desde la arrogancia de la juventud fue: “te dolió que te dijera viejo”. Y con la típica sonrisa socarrona y llena de sarcasmo que a veces me caracteriza le respondí “A diferencia tuya, para mí, los años son éxito, por eso entre más tengo, más orgulloso me siento”. Para cerrar este aparte, basta con decir que al llegar al parque y mientras resolvía algunos sudokus me invitó a un reto, cuando le superé le dije que la experiencia y el conocimiento dan la fuerza que los músculos y la juventud no son capaces de alcanzar.

Y desde ese día he traído en mi cabeza ese concepto ¿Es realmente la juventud ese divino tesoro? Y después de todos los eones que he caminado por esta tierra disertando he llegado a una sola conclusión, al igual que los frutos verdes, el verdadero valor que tiene la juventud para el hombre es que es la mejor etapa para aprender, para absorber conocimiento, es el mejor momento para cultivar nuestros saberes y ejercitar nuestras capacidades, pero es solo eso, una etapa de aprender y reconocernos.

Pero la fuerza del hombre y la mujer se encuentra en su madurez,  en esa etapa donde el conocimiento y la experiencia se juntan para que pueda disfrutar al máximo de su realidad. Es la madurez la etapa climax del hombre ese pico donde se juntan la fuerza de la juventud y la experiencia, ese punto donde puedes juntar los sueños con las acciones y donde realmente, si tienes la voluntad, puedes alcanzar cada cosa y meta que te propongas.

Los años no son un castigo, tampoco una condena que entre más pasen más perdemos. Los años son fuerza, los años nos traen habilidad, conocimiento, experiencia. Sí, hay mucha gente que se pierde, se rinde, al mismo tiempo que hay jóvenes que se suicidan. Pero la madurez, la adultez son las etapas donde estamos listos para conquistar el mundo.

La edad no es solo un número, los años son un certificado de que has ganado un poco más de experiencia y que te espera mucho por alcanzar. Por eso, muy a diferencia de lo que muchos quieren, yo quiero seguir ganando experiencia, sabiduría, conocimiento y fuerza, fuerza en la voluntad para alcanzar mis sueños, y esta solo se logra con los años.

36 años o 7 eones, la edad que sea que tenga, quiero seguir ganando años y experiencia, seguir aprendiendo, caminando y alcanzando sueños. Porque la vejez o madurez no es para avergonzarse, es para enorgullecerse de todo lo que se ha vivido y de lo que falta por vivir.


Por tanto, para mi es en la madurez donde realmente está el divino tesoro y no la juventud.

Fuente:

jueves, 9 de noviembre de 2017

No soy de aquí, ni soy de allá



Uno de mis cantante favoritos, Facundo Cabral, título una de sus canciones más exitosas con el mismo título de este post “No soy de aquí, ni soy de allá”. Le letra de la canción es una invitación a no aferrarnos a nada, ni siquiera al terruño en el cual nacimos, a la edad o cualquier otro lazo que nos aleje de la capacidad de hermanarnos con los demás; pero sobre todo, la capacidad de alcanzar la felicidad en las cosas simples.

Fue entonces, al recordar y escuchar por enésima vez la letra de esta canción, que me puse a disertar sobre una de los afanes que más nos absorben como personas y como sociedad. Buscar a donde pertenecemos, de donde somos, donde debemos estar. Son muchos los momentos donde nos desgastamos por tratar de pertenecer a un lugar, a un grupo.

Incluso muchas veces tratamos de llevar la contracorriente a la “moda” de la sociedad como un mecanismo para encontrar a donde pertenecemos. Llevamos incluso a dejar de ser quienes somos, buscamos adaptarnos para lograr la “aceptación” de los otros y ser incluidos en un grupo y decir a vos en cuello “pertenezco aquí!”. Muchas veces en ese afán terminamos de rodeados de personas que, al igual que nosotros, solo tienen ese mismo afán de sentirse parte de algo.

En muchas otras ocasiones terminamos rodados de personas que nos manipulan y nos utilizan, y seguimos su juego con el único deseo de poder pertenecer a un grupo, a un lugar. Muchas veces aceptamos perder nuestra dignidad, nuestros sueños o nuestra libertad. Dejamos todo, incluso lo que amamos, para poder decir que hago parte de algo.

Yo, en muchos momentos de mi vida he perdido mi esencia, he dejado de ser quien soy y lo que me gusta, mi manera de ver el mundo con tal de recibir la aceptación de los demás. En el afán de pertenecer. Pero reflexionando un poco sobre eso y tomando como referente al ilustre Facundo Cabral, me puse a pensar que hay personas que no pertenecemos a ninguna parte.

Hay un grupo de seres humanos que pertenecemos al mundo, al universo, “no somos de aquí, ni somos de allá, no tenemos edad, ni porvenir…”  Que nuestro afán no debe ser buscar pertenecer a un lugar o estar rodeados de unas personas. Nuestra afán, un poco más egoísta pero altruista, es no pertenecer a ningún lugar. Nuestro afán debe ser, vivir, vivir el camino… solos o acompañados, siendo quienes somos… teniendo ese poco de todo, simplemente sin pertenecer a ningún lugar, pero sin rechazar ninguno.

Quitarnos las vendas de identidades segregacionistas y los afanes de pertenecer, de poseer o de estar incluidos. Preocuparnos solamente por ser, vivir y disfrutar de la vida. Recordar que lo más importante en el universo es el ser, no solo yo, todos los seres humanos. Que lo material es pasajero, y que la única aceptación y pertenencia que debo anhelar es la mía.

Es supremamente difícil, la pertenencia a un lugar para mí, no fue difícil de alcanzar, el hecho de que mi padre fuera de otra nacionalidad y yo no supiera nunca bien si era de aquí o de allá, me ha permitido no generar apegos a nacionalidades. Sin embargo hace unos pocos años sin darme cuenta genere el apego a una persona, no muy consciente. Y cuando la perdí… me ha significado noches largas, madrugadas y días de lágrimas, penas y amarguras.

Soltar, dejar ir la necesidad de ser parte de, de ser aceptado por, de pertenecer a un grupo o sentirse parte de algo, es el peor de los vicios, es la droga más destructiva y dañina que puedes encontrar. La forma más compleja de enajenarse de la realidad. Pero la búsqueda de nuestro verdadero significado, liberarnos de esos apegos te permite alcanzar la más grande de las felicidades.

Saber que eres libre, que no eres de aquí, ni de allá; que eres de todas partes, que el tiempo pierde significado, porque ya no hay edad. Y que el porvenir pierde influencia sobre nuestra tranquilidad, porque lo que importa es quien soy yo y ser feliz.

Yo he decidido trabajar en la búsqueda de esa libertad, de esa felicidad, he decidido  dejar de buscar la pertenencia a un lugar, a un grupo o a una persona. Soy de todas partes, me pertenezco a mí y quiero ser feliz es lo más importante. Y si en el camino alguien quiere caminar a mi lado, bienvenido… y si no Bon voyage!


Bueno, por lo menos así lo veo yo.


Fuente imagen: https://pbs.twimg.com/media/B3tkdOTIAAAqqh3.jpg

jueves, 2 de noviembre de 2017

La mujer que TÚ me diste!


Estando en una de las clases que dicto, como acostumbro, lleve una frase célebre al inicio de la teoría para disertar sobre la vida y la realidad. En medio del análisis de lo dicho, que guardaba relación con tomar responsabilidad frente a nuestros actos, recordé aquel pasaje bíblico en el que Dios se encuentra con Adán y Eva, después de haber hecho de las suyas, digo, de haber comido del fruto del árbol del bien y del mal.

En el relato, cuando Dios le pregunta a Adán que había pasado este contestó: “la mujer que TÚ me diste”. Siempre coloco este ejemplo, ¿qué hubiera pasado si en lugar de decir eso, adán se hubiera arrepentido y hubiera reconocido su culpa? Y desde ahí la humanidad la ha cagado en todo lo que hace, por un simple y pequeño detalle siempre buscamos un responsable, o mejor dicho, un culpable de todo lo que nos pasa en la vida.

No pienso generar una discusión sobre el origen del hombre, pero partiendo de este relato y pensando en el comportamiento humano, hay algo más humano que errar y es buscar a quien echarle la culpa de los errores cometidos. En la historia bíblica Adán se pasa, no solo, como piensan algunos, culpa a Eva sino que realmente culpa al mismísimo Dios. “La mujer que TÚ me diste”… mire la clase de piruja que usted me ha dado por mujer, ¿no tenía algo mejorcito? Si ve como lo que usted me da me hace pecar, me hace caer.

Y la humanidad siempre ha buscado a quien echarle la culpa de lo que pasa, de los errores, de las situaciones. Y al mejor estilo de Adán, cuando no hay a quien echarle la culpa, miramos hacia el cielo y decimos “¿si ve lo que usted hace?”. Hoy en día la sociedad vive inmersa en ese mundo, incluso la psicología en muchos aspectos trata de buscar “los responsables” de nuestro comportamiento.

De cada cosa mala que nos pasa siempre hay un culpable. Si estoy mal económicamente es culpa del gobierno, de la economía, pero no vemos que cuando tenemos plata la derrochamos como si al día siguiente no fuéramos a vivir. Cuando estudiamos y perdemos, la culpa es de nuestros compañeros que nos distrajeron, del profesor que no supo explicar, de mis padres que no me compraron los libros para estudiar o de Dios que no me dio la inteligencia. No vemos que cuando era tiempo de atender o estudiar estábamos jugando o dispersos.

De adultos, cada vez que no logro algo es culpa de alguien, si caigo en los vicios, fue culpa de mis amigos que me dañaron, si me accidento fue culpa del otro que venía manejando. No importa que pase, siempre habrá un responsable, pero jamás seré yo quien tenga las riendas de mi vida, solamente soy una víctima de las circunstancias.

Y entonces caemos en el más profundo de los abismos, la indiferencia frente a nuestra realidad o más aun, la amargura para con la vida. Porque siempre, siempre habrá un responsable fuera de nosotros de lo que nos está pasando.  Pero poco nos detenemos a evaluar nuestra vida, nuestra realidad, nuestras decisiones y nuestra obstinación frente a lo que pasa.

A veces vamos por el camino equivocado pero no hacemos nada para cambiarlo, porque Dios, la vida, el buki … debería bajar y llevarme por donde debo y si no, pues ni modo, yo sigo mi camino sin importar que pase “porque así soy yo”, “porque yo soy firme en mis decisiones”… pero a pesar de la firmeza, los culpables de las consecuencias siempre serán otros.

Esto no es de culpables o inocentes, de víctimas y victimarios, la vida es de responsables, de aprendices, de ser consiente por encima de todo que soy “un ser en construcción” y cada cosa es un aprendizaje. Lo importante es aprender, cambiar de camino cuando no funciona. Aceptar las  consecuencias de mis errores, como lecciones. Pero sobre todo entender, como el poeta, que “yo soy el arquitecto de mi destino”.

No hay nadie más, no es el estado, no es la iglesia, no son mis padres, no es mi ex pareja, mi pareja o mis hijos. El único responsable de mi vida, de lo bueno y de lo malo soy yo. Quizá unos nacieron en circunstancias más difíciles que otros, pero entre más difícil se te presentó el camino, mayor será la recompensa cuando superes todas las dificultades.


Y sin embargo, sino lo haces, la culpa no será de la circunstancias, será de tu falta de pericia para enfrentar los problemas. No te preguntes porque otros están mejor o les es más fácil, mira que estás haciendo para dificultar tu camino y sobre todo, recuerda que no fue “la mujer que TÚ me diste”, fue tu decisión y tu determinación ante esa situación.


Fuente imagen: https://comunicacionderesistencia.files.wordpress.com/2013/04/culpables.jpg

martes, 31 de octubre de 2017

Luz u obscuridad



Últimamente la sociedad de la inclusión, la sociedad de la aceptación de la diferencia y de las múltiples inclinaciones, esta sociedad de un pensamiento moderno y pluricultural está cayendo en una de las doctrinas más antiguas y destructivas que han pasado por el mundo. Nuevamente, como sociedad, estamos cayendo en la definición de los extremos, de los juicios de valor hacia el otro partiendo de dos polos.

Nuevamente estamos caminando por ese mundo donde solamente existen  dos extremos. O se es bueno, o se es malo; o se es luz o se es obscuridad. En esta sociedad moderna los seres humanos estamos perdiendo, por decirlo de alguna forma, la escala de grises. Nuestros juicios hacia el otro nuevamente se ven fortalecidas en esos personajes donde o se es la encarnación de la maldad o se es la bondad hecha sangre.

Y es que sin darnos cuenta volvimos a esa creencia filosófica de siglo II iniciada por Manes (Maniqueismo) donde solo hay extremos. Esa concepción donde se es maldad o bondad, donde no hay puntos medios. Durante más de X siglos esta doctrina inundó el mundo generando aún más odios y dolores, que bondades. Fue tal la popularidad de esta doctrina filosófica que inundo hasta los personajes de la literatura, creando aquellos grandes villanos llenos de odio y ansiosos de sangre, sin la más mínima de las penas.

Y aunque psicológicamente existan los famosos sociópatas o psicópatas quienes efectivamente siente placer ante el dolor ajeno, aquellos que su más ferviente necesidad es complacer sus deseos sin importar por encima de quien tengan que pasar (aunque parece la descripción de muchos), estos sociópatas no representan a toda la sociedad. La mayoría de los seres humanos no tenemos extremos, no estamos polarizados, tenemos cosas buenas y cosas malas.

Todos, exceptuando a los perversos, somos un matiz de grises claros y obscuros, nuestras acciones están cargadas de cosas buenas y malas, de sueños altruistas y acciones egoístas. Desde cosas tan sencillas como no estar con alguien por bienestar personal, aunque esa persona sufra, hasta ceder nuestra comida para ayudar a un necesitado que encontramos en la calle. Todos los días, todos los seres humanos hacemos cosas que demuestran nuestra humanidad, ese cumulo de imperfecciones que nos permiten disfrutar de la vida.

Pero hoy, el grupo de los pseudointelectuales, ha vuelto el camino hacia ese pensamiento segregacionista, a ese pensamiento polarizado donde no se puede llegar a acuerdos, ese pensamiento donde el que no piensa como yo es un perverso. Donde el que yo tilde de malo, simplemente no tienen nada bueno, solo es un ser perverso y sin un ápice de bondad.

Estamos volviendo a caminar hacia ese camino de odio, hacia ese camino donde no reconozco al otro como un ser humano con errores, ni con la posibilidad de crecer. Estamos en una sociedad donde muchos buscan que todos piensen igual, donde se está confundiendo respetar y aceptar al otro, con tener que hacer y pensar como el otro. Y las redes sociales se están convirtiendo en los canales para sembrar esa lucha entre los que tienen la luz y los que hacemos parte de la obscuridad.

Nos encontramos en una sociedad que está cayendo en el obscurantismo nuevamente, pero un obscurantismo de aquellos que fueron las víctimas y hoy son los victimarios. Donde levantar mi vos y emitir juicios destructivos hacia el otro es justificable, porque no hay puntos medios, solo se es luz u obscuridad.

Y pesar de que en mi formación se me habló siempre de los dos caminos, también siempre se me enseño que el otro es diferente, que el otro merece respeto. Yo nací creyendo en un Dios que no distancia personas, que las ama y se sacrifica por ellas, un líder que interactuaba con todos y que siempre enseñó que no hay nadie que sea digno de juzgar al otro.

Yo crecí creyendo que todos somos iguales, que todos cometemos errores, que todos podemos equivocarnos. Yo creo que los seres humanos no somos polos, no somos extremos. Yo creo que en la humanidad las cosas no son una simple disyuntiva entre bueno o malo. En todos hay un poco de ambas, en todos siembre hay algo de generosidad y egoísmo.

Que debo tener presente lo malo para no volver a sufrir con eso, pero que debo recordar lo bueno para valorar al otro. Que el hecho de que alguien piense diferente no lo hace mi enemigo, que el tener otro color de partido o equipo no nos pone en contravía. Pero sobre todo, que todos cometemos errores y siempre vamos a necesitar el perdón, cuando lo pidamos.


Por eso, para mí, no es solamente luz u obscuridad, también hay días nublados, dorados y rojizos, hay mañanas y tardes grises o plateadas. Y es en todas esas variaciones de la vida donde realmente está escondido lo maravilloso de vivir. Por lo menos así lo veo yo.


Fuente imagen: https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgZP04je_VItFH0rC954bP3Hf0fUm8Y5YyVrwZjxvV5CAsibArO_VOw9GjTo6S3W6w1b4f5KJhqE5LaMNMbctLba1fRqu_eD_HqCizG8VKINVDHd2fqA4uXp4hqrYQriChBuUX-dcM34J4/s1600/Maniqueismo.jpg

jueves, 12 de octubre de 2017

Desintoxícate!!!


Siempre me ha llamado la atención lo atractivo que resultan las cosas tóxicas o dañinas, en los alimentos todo lo que hace daño, consume nuestros órganos o acaba con nuestra salud, termina siendo completamente dañino. El dulce, la grasa, el café, el alcohol… terminan siendo tan dañinos para nuestro organismo, pero ese componente autodestructivo que tenemos los seres humanos nos hace ceder ante sus perjudiciales encantos.

Lo más grave no es dejarnos llevar, es tratar de desintoxicar el organismo, este termina siendo un proceso lento, doloroso y a veces acompañado de ese tenebroso “síndrome de abstinencia” que en muchos de los casos nos lleva nuevamente a caer en la tentación. Es difícil decir cuál es el mejor mecanismo para limpiar el organismo, pero lo cierto es que es fundamental y necesario para tener una cómoda y satisfactoria vida.

Sin embargo, y en esta disertación sobre la desintoxicación, no voy a centrarme en los alimentos o los vicios, voy a hablar de algo mucha más tóxico, destructivo y atractivo, las personas tóxicas. Es mucho lo que se ve frente al tema y se escucha en frases de superación sobre alejarse de las personas tóxicas, de las que expelen veneno, rabia o amargura; pero de esas personas no es difícil alejarse.

Las personas más tóxicas y peligrosas son las que más atractivo nos generan, esas que al igual que una droga se van haciendo “necesarias” en nuestra vida, pero que poco a poco nos van consumiendo, nos van haciendo desaparecer y nos hacen olvidar quienes somos, que queremos y nuestros sueños. A veces pensamos que estamos bien, que son personas valiosas; pero si al terminar el día ves en tu corazón y solo sientes un vacío que te consume… muy seguramente te estas rodeando de personas tóxicas.

Es falso que que las personas tóxicas sean fáciles de identificar, que sean totalmente reconocibles, su actuación es como el de cualquier droga, se van haciendo necesarias en nuestras vidas, sin darnos cuenta ya no podemos vivir si no las tenemos, sentimos que la vida pierde significado sino están, pero a medida que el tiempo va pasando, cada vez es más difícil reconocerme en el espejo, cada vez tengo acciones que jamás habría hecho; y el vacío del corazón es tan profundo que hasta caminar se vuelve algo totalmente desalentador.

Las personas valiosas son las que nos retan, las que nos invitan a ser mejores, las que nos obligan a mejorar por nosotros, las que nos enseñan que no debemos depender de nadie; que tenemos que lograr las cosas por nosotros mismos; aquellas que nos enseñan a no ser conformistas.

Esas son las personas que valen la pena en nuestras vidas, las que no siempre nos dicen las cosas que queremos oír, pero en definitiva lo que necesitamos escuchar. Las que no se conforman con vernos bien, las que nos quieren ver mejor, pero sobre todo, las que nos enseñan que en la vida debemos aprender a crecer y alcanzar nuestros sueños, no por ellos o por otros, sino por nosotros.

Esas son las personas que debemos de buscar, y a diferencia de lo que pueden ser los alimentos u otras sustancias tóxicas, de las personas lo más conveniente es hacer cortes radicales, va a ser doloroso; ten por seguro que caerás en el síndrome de abstinencia, pero lo mejor que puedes hacer por ti, por tu vida, por tu felicidad y por tus sueños, es alejarte completamente de aquellos que solo traen toxinas a tu vida.

La decisión es tuya, yo por lo pronto he empezado el camino de identificar mis amistades psicoactivas para empezar a desintoxicarme y retomar la ruta que la vida y mis sueños siempre han querido para mí.


Ojalá hagas lo mismo.


Fuente imagen: http://wallup.net/gas-masks-abstract-radioactive/

martes, 3 de octubre de 2017

Aferrado al viento


Una de las sagas juveniles más famosas de los últimos años es la de los juegos del hambre, en la película hay un pequeño diálogo entre el presidente de ese mundo apocalíptico y el encargado de los juegos del hambre en relación con la esperanza. En ese breve dialogo el presidente expresa como en ocasiones el mayor mecanismo de represión puede ser, en ocasiones, un hálito de esperanza.

Es interesante como este pérfido personaje, pues es uno de los líderes megalómanos más perversos de la ciencia ficción, presenta a uno de sus subalternos como la esperanza, en una pequeña medida, termina siendo perjudicial para quienes la ostentan, como ese elemento añorado por todos y el cual todos agradecemos a Pandora no haber dejado escapar, a veces puede ser más perjudicial que benévolo.

Recordando este dialogo y algunas vivencias personales, me puse a disertar ¿cuándo es que la esperanza termina siendo perjudicial? Y dando mucho giros y rebotes sobre mis propios paradigmas relacionados con la esperanza, su bondad y beneficio para nuestras vidas, que llegué a un elemento en el que definitivamente termina siendo solo otro mecanismo de autodestrucción.

Ese elemento es cuando nos aferramos a nada, cuando la fuente de nuestra esperanza es solo una ráfaga invisible de viento, de nada. Cuando al igual que los ciudadanos de esta novela de ciencia ficción piensan que realmente alguno sobrevive a los juegos, cuando en realidad están muriendo todos bajo el yugo de un gobierno injusto.

Es ahí, donde la esperanza nos lleva a aferrarnos a nada, a un imposible, a algo que jamás va a pasar, pero que extrañamente nuestra mente nos suplica que no dejemos de esperar, que no dejemos de soñar con ese imposible que no dejemos de esperarlo, que algún día pasara, que no avancemos, porque quizá justo en el instante en que decida cambiar de camino pasará lo que tanto he anhelado… es ahí donde la esperanza es totalmente dañina.

Es ahí donde hubiese sido preferible que Pandora la hubiera dejador irse, porque es ahí cuando la esperanza solo se convierte en un veneno que mata tu alma y tu existencia lentamente, cuando te obliga a aferrarte a nada, a una columna de humo que cuando se disipe solo te dejará tristezas y amarguras por haberte esperanzado con la ilusión de algo que definitivamente tu mente siempre supo que jamás iba a pasar.

La esperanza no siempre es maravillosa, menos cuando nos exige esperar sobre ilusiones y nos aferra a momentos que nunca volverán, en esos momentos es mejor perder la esperanza, arrancarnos la ilusión de lo que estamos anhelando y comenzar un nuevo camino. No es fácil, definitivamente no es fácil, es lo más complejo y duro de nuestra existencia.

Es arrancar de nuestra alma y de nuestro pensamiento ese sueño que por un instante fue la fuente de nuestra existencia y decir, no más! Es levantarse, dejar ese ideal en el pasado y comenzar el camino hacia nuevos ideales, construir nuevas esperanzas sobre hechos y no sobre ilusiones.

Aceptar simplemente que no todo es alcanzable, que no todo es posible, que definitivamente siempre habrá cosas que no vamos a lograr por más “pensamiento positivo”, que hay cosas que no importa cuánto nos “programemos”, nunca las vamos a conseguir. Que hay objetivos, sueños y metas que simplemente son imposibles, y que como diría mi abuelo “es más fácil hacer un hombre nuevo, que revivir un muerto”

Cuando aprendemos a aceptar que hay cosas que simplemente no están bajo nuestro control, por no decir que todas, que lo más importante en la vida no es la esperanza, sino la aceptación, aceptar lo que tenemos, aceptar nuestros errores, aceptar a los demás y aceptar lo que no podemos hacer, entonces es mucho más fácil vivir… se sufre menos, se vive más.


Así que en definitiva, hay esperanzas que es mejor matarlas, porque de lo contrario nos matarán lenta y dolorosamente, hasta que en nuestros corazones solo hayan amarguras y sueños del pasado.

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jueves, 7 de septiembre de 2017

Todo un fracaso


Una de las cosas que me enamoran de enseñar o dictar una cátedra (como lo quieran llamar) es que cada vez que estoy frente a un grupo de estudiantes termino aprendiendo algo, ósea, en mis clases al menos una persona aprende. Este aprendizaje llega a mí cuando quiero llevarlos a un razonamiento, al final me logro dar cuenta de que muchas cosas que he dejado en el olvido, me pueden ser muy útiles en ese preciso instante.

Así paso hace unos pocos días cuando hablando sobre un tema sin importancia empecé a hablar sobre el fracaso, ese concepto al que todos le tenemos miedo, algo así como el coco para los adultos, basta con nombrarlo y todo se nos oscurece. Fracaso… no hay expresión que nos genere mayor temor que pensar que podemos ser unos fracasados o que quizá ya lo somos.

Y entonces en esas disertaciones que se den enfrente de un grupo de desinteresados, en mi mente empecé a buscar que era realmente el fracaso, donde radicaba realmente ese tenebroso termino, cual era realmente la razón por la que nos sentimos devastados si alguien tan siquiera insinúa que nosotros somos unos fracasados.

Primero me fui por la línea más fácil, fracasar es equivocarnos, cometer errores no hace fracasados. Es la visión más fácil, pero en ese orden de ideas, todos seríamos fracasados. Todo el que esté vivo y haya querido lograr algo se ha equivocado a cometido errores y generalmente más de los que quisiera aceptar que ha cometido.

Encontrar la perfección entendida como la omisión del error o el éxito persona o profesional sin haber perdido, cometido errores o haber tenido algunas cuantas quiebras, creo que no tiene precedentes en la historia, por lo menos en la historia que yo conozco. Los más grandes han cometido errores, en todas las líneas del conocimiento o del desarrollo profesional o personal.

Entonces, ¿qué es fracasar? Y me empecé a ver que el verdadero fracaso es no avanzar, que el verdadero fracaso no es cometer errores o sufrir derrotas, el fracaso es no ser capaz de sobreponerse a una perdida, no avanzar, no evolucionar. Somos un ser diseñado para querer crecer, para avanzar, para superarnos a nosotros mismos, salir de nuestra zona de confort y lograr grandes cosas.

Pero, los miedos, las tristezas, las derrotas, las perdidas nos distraen de lo que es realmente importante. Los amores perdidos, los fracasos económicos, las noticias trágicas, nos llevan a alejarnos de la “realidad” a buscar un placebo que nos distraiga, nos aleje, nos adormezca y dejemos de crecer y evolucionar, aprender.

Y es entonces cuando hemos llegado al fracaso, es ahí donde realmente somos unos fracasados, cuando no podemos ver una salida, cuando no podemos ver un futuro… cuando solo vemos tristezas, cuando no queremos seguir, cuando solo nos queremos quedar tirados… es ahí donde perdimos nuestra esencia.

Estancarnos, no mejorar y sobre todo, perder la capacidad de creer que yo puedo hacerme una buena vida y salir de esa zona de confort que me oxida y me impide mover… ese es el mayor de los fracasos.

A veces nosotros mismos nos imponemos esa frustración, nos aferramos al dolor, a la culpa, a la perdida, a la derrota y al error para no continuar avanzando, porque siempre será más sencillo ser un fracasado que un triunfador.

Porque siempre es más fácil tirar la toalla, que levantarse y continuar luchando por lo que queremos. Sin embargo hay algo importante de tener en claro, lo más atractivo del fracaso es que nunca viene solitario, no hay lugar con mayor compañía para el ser humano que el fracaso… pero de eso hablaré en otro post.

Ser un triunfador a veces viene solo, requiere tener humidad para aceptar los errores, pero valor para volver a enfrentar la vida, para volver a tomar decisiones que puedan generar triunfos o derrotas, pero siempre que me levante y vuelva a intentarlo y avanzar, no seré un fracasado, seré un triunfador en proceso. Y sobre todo, sabiduría para saber cuándo  cambiar una decisión.


Así que no lo pienses más, sal de tu zona de confort, sal de ese estado de fracaso, lucha, esfuérzate, camina… no es fácil, pero es realmente gratificante.

Fuente imagen: http://www.runners.es/media/cache/runners_all/upload/images/article/746/article-10-consejos-para-superar-el-fracaso-58b6c99a29182.jpg

viernes, 1 de septiembre de 2017

La de malas


Mi anciano padre (de cariño) tiene un dicho que siempre pronunciaba en esos momentos donde yo culpaba al devenir (a la fortuna) de mis problemas “la de malas y los pendejos, siempre van de la mano”, dicho en palabras un poco más coloquiales, la mala suerte es la excusa de los idiotas.

En aquellas épocas lo tomaba generalmente como una crítica sin sentido, hasta lo sentía como una burla de parte de mi progenitor, pues no podía creer realmente que aquellas cosas malas que pasaban fueran mi culpa. Tenía que existir algún elemento externo, una fuerza sobrenatural que estaba pendiente de que estaba haciendo yo, para ir a dañarme “el caminado” y afectar significativamente lo que estaba haciendo.

Sin embargo, y como todo en la vida, el pasar del tiempo me ha hecho ver un poco diferente las situaciones que han ocurrido en mi vida, cambiar mi consideración frente a la de malas, y evaluar un poco más las pendejadas que he ido cometiendo con el paso de los años… bueno ya lo dice el dicho “sabe más el diablo por viejo, que por diablo”. Y es que disertando sobre esta la realidad, en aquellos momentos de meditación, existencialismo y desocupe, empecé a caminar en retrospectiva sobre las crisis pasadas y presentes.

En cada momento de dificultad, que parecía llegar de forma fortuita en mi vida, que parecía resultado del azar o de las perversas intenciones de un malvado ser interesado en poner trabas y tristezas a mi miserable existencia… al verlo un poco en retrospectivas y con la mirada fría y calculadora de un observador y no del protagonista de esa historia, me di cuenta que cada fracaso, cada frustración, cada tristeza y dolor fue solo el resultado acumulado de muchas decisiones equivocadas, tomadas a la ligera y sin pensar.

Por poner unos pocos ejemplos, una de las grandes frustraciones de mi vida guarda relación con la imposibilidad de estudiar ingeniería electrónica en “la mejor, para los mejores” efectivamente mis posibilidades económicas no daban para más. Y en lugar de organizarme, estudiar y dedicarme, me confié de mi brillantez y no me esforcé más por estudiar y obtener un mejor puntaje en las pruebas de estado.

Mi resultado fue muy bueno, pero no suficiente, la vagancia no me dejó lograr algo más. Luego, al momento de presentarme, mi padre me aconsejó ingresar a otro programa y luego pedir traslado interno, pero mi astucia me dijo que entraba a esa o esa… y  el destino me dijo que no. Y así fueron pasando mis días con grandes errores. Cuando debí pensar en estudiar pensé en rumbear. Cuando ya estudiaba y podía pensar superarme aún más, solo pensaba en la vagancia.

Cuando debía ahorrar y administrar, solo pensé en malgastar y presumir, siempre fui tomando las decisiones inadecuadas. Cuando debí invertir, tiré. Cuando debía escuchar, hablé… Cada momento de mi vida, cada error, cada frustración estuvo siempre precedida de una decisión acelerada, a la ligera y pensando solo en el momento, sin pensar en el impacto.

En ese camino hubo muchos que me invitaron a centrarme, a pensar y calcular, pero mi brillantez solo me permitía escuchar los consejos de mi ego, encaminados a llevarme a fracasar. No puedo decir que todavía haya aprendido por completo mi lección, pero al menos ya encontré la fuente de mis descaches; ya tengo la certeza de que la fortuna, la de malas o el azar, son solo excusas que inventamos para quitarnos la responsabilidad.

Quizá pienses que estoy equivocado, que tu caso es diferente, que tú eres la víctima de un malvado ser del universo empecinado en hacerte llorar por las noches, amargamente junto a tu cama, pero puedo invitarte, al igual que con mi vida, que te siente a revisar cuales fueron las decisiones que te trajeron hasta donde estas y te aseguro que de la fortuna y el azar solo encontrarás aportes positivos, porque los negativos serán solo el resultado de tus decisiones.

Por eso, yo he decidido dejar mi dependencia de la suerte y empezar a labrarme, de la mano de mis decisiones y mi voluntad, un futuro más conforme, satisfactorio y gratificante. Dejar las excusas y temores, tomar conciencia y responsabilizarme de mi vida, aceptando que lo que pase o deje de pasar, solo será el resultado de lo que yo haya decidido construir para mí.


Ojala pienses lo mismo para ti.

Fuente imagen: http://www.elinformador.com.co/images/stories/sociales/2016/12-diciembre/13soc4.jpg