jueves, 7 de diciembre de 2017

Más que una profesión



Hace unos días una amiga a quien quiero mucho me envío una imagen y me pidió que escribiera sobre lo que esto me inspiraba, y viéndola empezó a volar la imaginación y mi corazón. Todos los elementos que podía ver en la imagen los relacioné con una de las cosas que amo hacer, esa que aspiro sea la que ocupe los últimos años de mi vida: enseñar.

Cuando me iniciaba en la formación secundaría, donde tuve por fortuna ingresar a una institución educativa normal (Las escuelas “normales” formaban a los maestros de básica primaria, hace unos años), empecé a recibir clases de orientación vocacional para dirigir mis pasos hacia esta labor. Sin embargo en esa etapa de mi vida tuve varios roses con personas que “vivían del tablero y la tiza” pero detestaban su ocupación y por ende orientaban a las mentes jóvenes a dedicarse a otras ocupaciones.

A pesar de esto, extrañamente en mi corazón la docencia y la pedagogía se sembraron con fervor. Sé, que como dice mi abuelo, “cada viejito alaba su bastoncito”, y para cada uno su profesión será la más importante, la de mayor impacto, la de mayor trascendencia para la sociedad o la más importante. Cada uno verá que su profesión es la más necesaria para la sociedad. Por lo que, buscando no herir susceptibilidades, les daré la razón, todas las profesiones son supremamente importantes, necesarias, fundamentales, críticas para que se mantenga el “contrato social”.

Sin embargo, eso es así porque la docencia no puede ser vista como una profesión. No, no es solo una ocupación para generar ingresos y buscar un estilo de vida (aunque muchos la utilicen de esa manera), la docencia es la invitación a transformar las vidas, a sembrar la curiosidad en los corazones de las personas, a promover el autorreconocimiento y la valoración. La docencia es una vocación encaminada a buscar el crecimiento del ser humano.

Cierto, hay muchas profesiones que se encargan de nuestro cuidado, de nuestra salud y de nuestros bienestar, los que nos administran, los que nos dirigen, los que nos cuidan. Pero solo una se encarga de invitarnos a ser, a conocer, a avanzar. Es una vocación que invita a quienes la ejercen a ver su labor como algo más allá de la remuneración. Lo que está en las manos de un docente no es una vida, es la vida misma de la persona y de quienes tengan relación con ella.

A través del docente una persona puede abrir su mente, puede apasionarse por la vida y el conocimiento o puede cogerle aberración y odiarla. Un guía, un maestro, un docente toca vidas, toca los corazones, las razones y las perspectivas de las vidas que serán, a partir de ahí, un nuevo ser. El fruto de esta labor no es inmediato, pero de él dependerán las  decisiones y las acciones que emprenda hacia el futuro.

Muchos somos lo que somos por nuestros maestros, profesores y docentes, los recordamos con cariño o tal vez con odio, nos apasionamos por lo que nos enseñaron. Muchos de los caminos que tomamos fueron fruto de su ejemplo de su pasión. La excelencia la buscamos a partir de sus instrucciones.

Cierto, nuestros padres son parte de esta influencia, pero eso es cuando nuestros padres, como primera escuela en la que nos encontramos, actúan como un maestro de vocación, cuando nos enseñan y aman, guiándonos para empezar a interactuar con otros maestros y profesores.

Mi pasión por enseñar nació con mi profesor de tercero de primaria, un hombre amante de su labor, apasionado por lo que hacía y que nos inspiraba a todos a ser mejores. Luego vino con un maestro, que a pesar de ser sacerdote, tenía la capacidad de aceptar al otro en sus diferencias (digo a pesar por que muchos se toman el papel de jueces de la moral), él nos enseñó a aceptarnos, a vivir, fue de quien copie mi costumbre de iniciar mis clases con una frase.

Pero mi principal motivante a ser maestro ha sido mi padre, quien fue mi primer maestro, me enseñaba con paciencia, me retaba a ser mejor. Me escuchó y aconsejó. Siempre habló de todos los temas de la vida, la ciencia y la filosofía.

Por eso, no importa que labor realce hoy, no importa en cuantas áreas y profesiones me pueda desempeñar, algo que tengo muy claro es que mi vida la quiero terminar en un aula de clase inspirando a otros a ser mejores y a transformar no solo sus vidas, sino también la vida de quienes estén a su alrededor.


Por eso, ser maestro, guía, docente o facilitador no es una labor o profesión, es una vocación.


Fuente imagen: https://www.facebook.com/ximena.m.munoz.98

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