martes, 31 de enero de 2017

Amar sin ser amado


Hace algunos años viendo una de las primeras películas de Cantinflas (Aclaro que no la vi en estreno, luego dicen que estoy viejo) En un dialogo con el humorista que le hacia la contraparte, le preguntó el uno al otro: “¿Qué tiempo del verbo es amar sin ser amado?”. Y el otro le contestaba: “Es perder el tiempo”.

Era evidentemente un dialogo conducente a generar que el público se doblara de la risa frente a tan interesante afirmación… amar sin ser amado es perder el tiempo… lo interesante es que muchas veces vamos por la vida pensando en la misma postura. Vamos por la vida dándonos garrote por haber sido tan “ilusos” de estar enamorados solos, perdiendo nuestro valioso tiempo.

Lo cierto es que, disertando un poco sobre el tema, amar sin ser amado no es perder el tiempo, el problema es que la mayoría de las veces que creemos estar enamorados, hemos confundido nuestros sentimientos, a veces solo sentimos admiración por el otro, otras simplemente nos hemos apegado al otro.

En muchos de los casos creemos estar perdidamente enamorados, pero el sentimiento de fondo que hay en nuestro corazón, es una posesión sobre el otro, como sobre un objeto. Pero no es amor, es un sentimiento en el que quiero que el otro me haga feliz, me ame como yo quiero, actúe como a mí me interesa… piense como yo pienso. Vea el mundo a mi manera, desde mi perspectiva… pero lo más importante “Me HAGA muy feliz”.

Obvio como en todo hay sentimientos muy interesantes, compromiso emocional, agradecimientos y admiraciones que se confunden con el amor. Generamos compromisos emocionales y sedemos, y sedemos, hasta que llegan las tormentas. Y entonces, en medio de la tormenta todo se acaba… y es cuando escuchamos frases tan profundas como “El amor se me acabó”, "nunca me amó como yo lo amé".

Pero es entonces donde todo se descubre, el amor no se acaba, el amor no tiene fin, no se remplaza; el verdadero amor es como el que le profesa una madre a su hijo o un padre a su hijo… es eterno, no tiene fin, no tiene condición. El verdadero amor es totalmente incondicional. Se ama porque en el corazón nació el más puro de los sentimientos, aquel que es capaz de dar la vida por otro.

Aquella emoción basada en la razón y en la decisión de compartir el resto de la vida con otro ser humano. Aprender y crecer juntos. El amor no es tan egoísta que busque solo el crecimiento de uno… sí, cuando se piensa solo en uno, sin importar que sea el otro, también es egoísmo. Porque cuando las cosas no “Funcionen” podré decir que yo lo hice todo y el otro no. El amor se vive en pareja, no en individuos.

El amor puede soportar cualquier dificultad, el amor puede perdonar cualquier error, el amor puede superar cualquier obstáculo. Pero sobre todo el amor nos enseña a ser grandes, humildes, bondadosos. El amor no espera su beneficio únicamente…

Entonces llegué a la conclusión de que amar sin ser amado, no es perder el tiempo, porque lo cierto es que cuando logramos amar de verdad, de corazón… cuando aprendemos que hemos decidido amar a alguien por encima de cualquier cosa, cuando decidimos amarlo con todas nuestras fuerzas… el hecho de que ese amor no sea reciproco no es condición para seguirlo amando.

El simple hecho de amarlo se vuelve la más grande satisfacción, así esa persona no nos ame… por el contrario, amar siendo amado es la más hermosa de las casualidades, cruzarnos en la vida con alguien que me ame y que yo ame será lo más hermoso del mundo.

Lamentablemente el verdadero amor solamente se da una vez en la vida, porque cuando decides amar a alguien, es como cuando decides amar a tus hijos, tú ya no decides dejar de amarlo… lo amarás por el resto de tu vida, en tu corazón decidiste amar a esa persona y eso no va a cambiar.

Así que ten cuidado a quien decides amar, porque esa es una decisión para toda la vida… el amor no tiene fecha de vencimiento. Se ama para toda la vida.

No te desanimes, quizá encuentres personas con las cuales te sientas bien, pero cuando amaste de verdad… será definitivo.


Bueno, por lo menos así lo veo yo.

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martes, 24 de enero de 2017

Una carga imposible de llevar


Hace algunos años un libro de anécdotas, frases y experiencias se hizo muy famoso, su título “La culpa es de la vaca” era bastante interesante, aunque lo único relacionado con el título fue una anécdota que mostraba una característica muy colombiana, buscar echarle la culpa a otros de todo. Al final de la historia todo concluía que la culpa era de las vacas…

Lo interesante de esta sarcástica presentación, de esta costumbre tan marcada en nuestra idiosincrasia, era dejar en evidencia lo fácil que vamos dejando la culpa en los hombros de otros; sin embargo, culturalmente tenemos otra costumbre muy nuestra: ir cargando nuestras culpas por el resto de la vida, como grilletes que nos amarramos a los pies y de los cuales botamos la llave.

Obviamente es importante reconocer los errores, aceptar las culpas cuando nos corresponda y emprender el cambio, pero aferrarnos a la culpa, recordar constantemente los errores del pasado, es un elemento que va alimentando nuestra desesperanza, nuestra tristeza… nos va dejando en un estado de melancolía irremediable, que cada día nos frena el caminar, nos roba la energía y nos vuelve los peores jueces de nuestra vida.

Y si a este terrible juez, le sumamos las actitudes nocivas del algunos amigos y familiares, que cada que se les antoja la gana nos señalan, nos juzgan y se creen con derecho de medir con una balanza el acierto o desacierto de nuestras decisiones… el resultado evidente es un caldo de cultivo para una depresión crónica, donde hasta el mismo respirar se vuelve tedioso, ya solo sentimos un desdén “porque han sido tanto nuestros errores, que solo somos un costal de basura, deambulando por la vida”.

Y con cada paso que vamos dando, en la medida de lo que podemos, vamos llenando más el costal a nuestra espalda con más culpa, pensamos que incluso el abrir la boca y opinar, es otro error que sumar a la larga lista de los actos “delictivos” que vamos cargando a cuestas por el camino de la vida.

Para acabar de completar, en este proceso de auto-flagelación y castigo, donde todo lo que hacemos va encaminado a cobrarnos nuestros errores, lo justificamos con discursos filosóficos, poéticos y hasta estéticos “Es que debo aceptar y reconocer mis culpas para cambiarlas” … Y sí, efectivamente tenemos que reconocer y aceptar nuestras culpas para cambiarlas; pero eso no significa seguirlas cargando de por vida y flagelarme todos los días por los pecados cometidos.

Aceptar mis errores y mis culpas, no es considerar que soy un juez emitiendo una sentencia de cadena perpetua, para cargar con la pena y la culpa, aceptar es identificar cual fue mi error, saber que me equivoque, que tomé una mala decisión y que debo trabajar en no seguir el mismo camino… pero ir cargando la culpa no va a retroceder el tiempo.

Seguir cargando la culpa nunca me dejará vivir el presente y mucho menos lograr un futuro; pero esto no significa que me permita viajar al pasado y corregir los errores cometidos. Debemos aprender a perdonarnos, a seguir. Aceptar que, aunque no lo queramos, somos seres humanos y cometemos errores, es duro aceptar que no somos perfectos; pero no podemos vivir presos en nuestra culpa.

Lo importante es cambiar, evitar que los errores se repitan. Quizá haya habido perdidas valiosas por nuestros errores, pero cargar la culpa no los va a regresar; y sin embargo, nos cerrará la puerta para seguir avanzando. Pero no todo queda ahí, así como debemos perdonarnos y dejar de golpearnos, NO debemos permitir que personas nocivas nos “refrieguen” en la cara los errores y las culpas del pasado.

Las personas se creen con la capacidad de juzgar nuestro comportamiento y lo cierto es que como diría aquel carpintero de galilea “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”…


Así que amigo lector, suelta ese costal lleno de culpa y sigue avanzando, no es echarle la culpa a otros, tampoco es cargar con ella de por vida. Es aceptar nuestros errores, perdonarnos y seguir avanzando… seguir creciendo hasta alcanzar lo que vinimos a buscar en este mundo ¡La felicidad!

Fuente imagen: https://soyespiritual.com/wp-content/uploads/2015/08/culpa.jpg

sábado, 21 de enero de 2017

¿Aferrarte o dejar ir? esa es la cuestión.


Nunca he sido muy amante de tener mascotas, de niño realmente tuve unas pocas, alguna vez un perro, otra un conejo o un pollo; pero las que más repitieron fueron los hamsters. Eso si nunca tuve un ave enjaulada, pero una tía sí. En ese entonces la pilatuna (broma infantil) más entretenida era dejar escapar alguno de sus pajaritos… eso me costó muchos correazos.

Recuerdo mucho lo entretenido que podía ser ver al pajarito emprender el vuelo hacia el infinito, pero del otro lado estaba la actitud triste (y obviamente malhumorada) de mi tía al ver sus pajaritos volar libremente fuera de su “protección”. Los sermones o cantaletas siempre empezaban con argumentos de lo peligroso que era para esa pobre ave enfrentar el mundo, lejos del refugio “carcelario” que se le había construido para su FELICIDAD.

De niño siempre pensé que era ilógico querer retener algo por la fuerza, considerando que mis intenciones eran benévolas; que pensar que el otro ser no sea consciente de que lejos de mi protección, solo le espera sufrimiento o que sus ansías de volar son totalmente locas y debe quedarse conmigo, aunque no quiera; es la idea más tonta que una persona pueda tener.

Sin embargo, como todo niño, llegó el momento de crecer... y durante mi proceso de maduración empecé a generar este sentimiento de sobre protección hacia muchas personas (No sé si evolucione o involucioné), quizá no con pájaros, pero si con personas, nacieron en mi estos sentimientos de querer obligar a otros a quedarse conmigo, a manipular a otros sentimental o económicamente a estar a mi lado “porque era lo mejor para ellos”.

Durante muchos años… que muchos años, hasta hace muy poco he tratado de manipular a los que amo para que se mantenga a mi lado donde pueden ser felices, sin darme cuenta que, al igual que el pájaro, la jaula puede ser de oro pero retener a alguien contra su voluntad, solo lleva a que su deseo de volar sea cada vez mayor y con más fuerza.

Esto me permitió darme cuenta que amar, no significa ser amado, no significa esperar nada cambio y mucho menos coartar o manipular al otro para estar a mi lado. Amar es saber que debes abrir la jaula, dejar ir, que el verdadero amor no espera que el ave se quede a tu lado para cantarte cada mañana. Amar significa sonreír pensando que ese hermoso pájaro está cantando libre desde alguna rama.

Duele, va en contra de toda razón, siempre estamos pensando que amar es tener, retener, aferrar; pero no, amar significa liberar, soltar, dejar ir. Entender que el otro tiene que buscar su felicidad. Que el otro tiene que crecer y que quizá ese crecimiento no sea a tu lado. Que esa persona estuvo contigo hasta que sintió que tú eras su felicidad. Pero que si decidió seguir su camino, es porque está en búsqueda de su felicidad.

En ese momento, si realmente lo amas, solo vas a querer que esa persona sea feliz. Que sus mejillas no vuelvan a mojarse de lágrimas de tristeza, que sus noches no se vuelvan a llenar de insomnios y que todas sus mañanas sean felices.

Esto no significa dejar de amar, esto no significa olvidar; solamente significa que has aprendido a amar como un niño, consciente de que puedes amar sin poseer, que puedes amar sin retener… amar solamente por lo que es la otra persona… amar, con pureza.

Dejar ir duele, duele en el alma... porque nos confronta con nuestro egoísmo, pero no hay mayor expresión real de amor que aprender a ansiar la libertar y la felicidad de quien amamos.


No fuerces las cosas, no manipules para que otro esté a tu lado, aprende a dar sin esperar nada a cambio, aprende a amar, sin ser amado… “no vayas detrás de la mariposa, organiza tu jardín y la que ha de ser para ti, llegará a el” (Mario Benedetti)


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domingo, 15 de enero de 2017

Felizmente amargaado


Sé que en varias ocasiones he tocado este punto desde múltiples aspectos; pero la verdad es que, hasta el momento, no deja de sorprenderme la actitud de algunas personas. El día de ayer, cumpliendo con el plan de empezar fomentar el objetivo de Enredarte (una idea de que tengo con otra persona) de promover la felicidad, planeamos realizar una caminata por un parque de la ciudad entregando caritas felices e invitando a la gente a sonreír.

En esta primera jornada, obviamente, me esperaba la mala actitud de algunas personas; sin embargo, esperaba que al entregarles unas sonrisas en fomi los rostros cambiarían y en la mayoría de los casos este fue el resultado. La gente cambió, sonrió, se alegró y hasta se colgaron la carita feliz en alguna parte del cuerpo. Fue realmente muy gratificante, sin embargo hubo otras actitudes que me parecieron realmente sorprendentes, personas que no solo no sonrieron, sino que rechazaron las caritas, las cuales no tenían costo.

Esto me dejo altamente preocupado, ver la actitud de algunas personas amargadas y con la intención de no cambiar su postura, ni siquiera una pequeña sonrisa, nada, solamente una actitud prepotente donde expresan su constante amargura, como si esto fuera un mecanismo de protección frente a la vida.

Y entonces, vino a mi memoria diferentes espacios donde la gente supuestamente debería estar rebosante de felicidad, pero sus rostros solo denotan una constante amargura e infelicidad: un teatro, un cine, un concierto e incluso una fiesta. Van por cada espacio de la vida con un rostro lleno de infelicidad, de desazón, pareciendo anhelar que su vida estuviera sola llena de soledad, evitando cualquier contacto humano que los saque de su miserable existencia.

Pero al mismo tiempo, esperando que el mundo les responda con la misma actitud y cualquiera que vaya diferente, es tratado con el mayor de los desplantes y maltrato, buscando que se contagien con su inexplicable actitud.

Porque la verdad, quizá, si fuéramos por la vida buscando motivos para tener un rostro lleno de tristeza y amargura, seguramente motivos no nos faltarían: la economía, el desempleo, la inseguridad, el desamor, etc. Pero lo cierto es que con lo difícil que es la vida, para que darle más apoyo amargándonos el camino.

Cierto, la vida en ocasiones parece solo presentarnos espinas y abrojos, caminos llenos de dificultades, de problemas, de aflicciones; pero la realidad es que ir por este camino con un corazón lleno de tristeza y amargura solo nos va a hacer mucho más tedioso el camino, nos lo va a hacer más largo y aburrido… pero nunca nos va a acortar el camino.

En cambio, si empezamos a buscar los motivos para alegrarnos, nos daremos cuenta que arriba de las espinas, están las rosas, que los abrojos nos permiten caminar por un piso más firme y que las dificultades, nos llevan a superarnos cada día. En ese momento cada cosa que nos encontremos en el camino nos hará sonreír, nos dará esperanza; pero sobre todo, nos hará el camino mucho más llevadero.

Ir por la vida con una sonrisa, buscando las cosas buenas que nos trae cada día, nos llena de energía para seguir luchando, para ser felices… como diría aquella vieja canción “oye… abre tus ojos… mira hacia, disfrutas las cosas buenas que tiene la vida” la vida no depende del camino, depende de donde pongamos nuestra mirada.

Así que, en lugar de mirar atrás o mirar al suelo y buscar motivos para amargarnos el camino, es mejor mirar hacia arriba... hacia adelante y esbozar una sonrisa que nos haga mucho más llevadero el camino. En últimas, al igual que la felicidad, la amargura también es una decisión… la diferencia es en como ves tu vida.

No te dejes llevar por los afanes, no te dejes contagiar con la amargura… Decide ser feliz y disfruta de cada cosa que te presenta la vida.

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martes, 10 de enero de 2017

Un burro hablando de orejas


Recuerdo mucho que en aquellas discusiones de infancia, cuando uno a otro se decían cosas, nunca faltaba aquel, que al mejor estilo de un gran filósofo, le sentenciaba al contrincante “No pues, un burro hablando de orejas”… aquella lapidaria frase en muchas ocasiones dejaba sin argumentos a su aferrado contrincante.

Y es que a pesar de lo infantil y tonta que pueda sonar esta expresión típica de los niños, tiene la profundidad de una verdad universal… cuantas veces vamos por la vida emitiendo juicios de quienes están a nuestro alrededor, expresiones que menosprecian sus capacidades, competencias, valores o gustos; y la realidad es que nosotros sólo somos unos burros, criticando las orejas de los demás.

Recordando esta profunda frase de la vida de infante me puse a disertar sobre el asunto, cuantas veces por la vida he ido juzgando la estupidez de los demás, incluso en este mi blog de disertaciones, han sido muchas las ocasiones donde me he burlado del alto grado de estupidez de algunos de los compañeros que me he cruzado por el camino de la vida y hoy mis queridos amigos me llegó la hora de poner el espejo.

Durante muchas veces, al mejor estilo de la frase con la que título este post, más de uno me la pudo haber sentenciado, solo soy un burro hablando de orejas y es que entrando un poco en la intimidad de mi vida, han sido innumerables las ocasiones donde mi actuar no ha demostrado la más mínima inteligencia racional y mucho menos emocional… he demostrado una “astucia” (entiéndase el sarcasmo) del nivel del más estúpido de los seres que haya pisado este hermoso planeta.

Sólo por recordar un episodio, yo tuve la fortuna de encontrar una mujer como ninguna, inteligente, bonita, dedicada; tanto que aprendió a cocinar por mi y hacia unos manjares que hoy extraño. Me perdonó patanadas, me perdono infidelidades y su único afán fue verme siempre sonreír y ser feliz porque ella era feliz conmigo.

Pero al mejor estilo de los imbéciles más grandes del planeta, me dedique a perderla, me llene de orgullo cuando me busco, esperando que volviera a bajar la cabeza, tome el tiempo como una canita al aire, mientras ella aceptaba que no podía vivir sin mi… pero todo por ser bueno y amar se cansa, yo que hablaba que había que demostrar y no esperar a perder para saber lo que se tenía… solo hasta que perdí me vine a dar cuenta de lo que había perdido.

Hoy, el único consuelo que me queda es que después de perderlo todo, porque no solo perdí a mi mujer, sino mi hogar, fue que verme sin absolutamente nada en la vida, me permitió evaluarme y darme cuenta de cuantos errores estaba cometiendo en mi vida, de cómo todas las decisiones y actitudes que tomaba solo me estaban llevando a un resultado lógico y palpable… la más infeliz de las vidas.

Sólo hasta ese momento pude despertar de mi absoluta estupidez y darme cuenta de cuanto lo estaba siendo, fue darme cuenta que ser sabio no es conocer unos libros, tener una profesión y saberse unas cuantas anécdotas históricas… ser sabio es saber vivir, es valorar las cosas buenas que la vida nos entrega y cuidarlas; es saber que hay bueno y que hay malo en nosotros y cambiarlo, sin necesidad de llegar a una crisis; es aprender a pedir perdón y cambiar de verdad, no solo por el momento.

Ser sabio es conocer el verdadero valor de las cosas y no solo su precio. No permitas que llegues a un punto crítico para cambiar, pero sobre todo, cuando critiques una característica en los demás, asegúrate de que tú no la tengas, es muy feo verse como Un burro hablando de orejas.


Fuente imagen: http://universal.org.hn/wp-content/uploads/2015/08/se%C3%B1a_1.jpg


viernes, 6 de enero de 2017

Y que de la crisis


Hace algunos días un amigo me preguntaba si era posible que un pueblo cambiara sus costumbres en un corto periodo de tiempo, al darse cuenta que su idiosincrasia lo estaba llevando por “terrenos escabrosos” y mi respuesta, como amante de la historia, fue que la realidad es que en la historia los pueblos no cambian, generalmente, sus costumbres, a no ser que se encuentren en un momento de crisis extrema.

En su momento puse varios ejemplos que soportan esta premisa, pero la pregunta que siguió fue verdaderamente obvia, “¿no existe una experiencia diferente?” y aunque inicialmente patiné un poco en la respuesta pude encontrar algunas experiencias diferentes.

Sin embargo, y después de una conversación con el ser más maravilloso del mundo, en la cual me expresaba que gracias a una crisis yo también había emprendido un cambio radical en mi vida… en medio de la discusión, aunque acepté que en su momento la mayor crisis de mi vida (y no me refiero a dinero, sino haber perdido al amor de mi vida y haber perdido a mi familia) me llevó a darme cuenta de cuantas cosas estaba haciendo mal.

Y a pesar de que en la historia de la humanidad y de los seres humanos son las crisis las que nos hacen ver los malos caminos que estamos emprendiendo; y aunque muchas veces nuestros cambios son superficiales cuando no son fruto de una crisis... esto no significa que debamos estar agradecidos con las crisis, ni que debamos dar gracias por las mismas.

Sí, efectivamente la crisis nos lleva a revaluarnos y darnos cuenta de que hay cosas en nuestra vida que debemos cambiar, eso nos hace inteligentes. Porque como diría una frase de un amigo al que aprecio mucho: “el necio no aprende de sus errores, el inteligente aprende de sus errores, pero el sabio aprende de los errores de los demás”.

Lo cierto es que disertando un poco sobre el asunto, a veces no cambiamos porque el entorno nos lleva a un estado de confort en el cual encontramos siempre una salida, pero la realidad es que sin llegar a la crisis total, si el entorno se encargara de mostrarnos que todo puede llegar a su final, no permitiríamos la llegada de la crisis.

Cierto, en mi caso lo perdí todo, todo lo que me llenaba de felicidad cada día, todo lo que realmente le daba sentido a mi vida, y esta crisis me llevó cambiar, a tomar un nuevo rumbo en mi vida… a tomar nuevas decisiones y a buscar ser un mejor ser humano… pero lo cierto es que no debió llegar a esto, quizá una conversación y un consejo oportuno me hubiera servido para darme cuenta de lo que iba a perder, pero en ese momento no hubo quien lo hiciera.

Hoy solo puedo pensar una cosa, la crisis me permitió cambiar, me dio la oportunidad de darme cuenta lo mal que estaba y el mal camino que estaba llevando, pero lo cierto es que no tengo nada que agradecerle. Perdí lo que realmente le daba significado a mi vida… y aunque he cambiado, hoy me doy cuenta que realmente me falto un buen consejo en esos momentos.

Sí, el cambio real a veces es fruto de una crisis total, pero lo cierto es que como seres racionales no debemos permitir que esto pase, debemos vivir evaluando el rumbo de nuestras decisiones y reflexionar sobre lo que estas nos pueden llevar a perder o a ganar.

Amigo lector, quizás estés pasando por una fuerte crisis o quizá no hayas llegado a ella, lo importante es que cada día evalúes si realmente eres la persona que realmente quieres ser, sin lastimar a nadie, o si estas por un camino que te va a generar más tristezas y amarguras que alegrías… no permitas que tengas que llegar a la crisis para cambiar.


No dejes que la crisis asome a tu ventana para cambiar, se como el sabio, aprende de los errores de los demás y serás mucho más feliz.

Fuente Imagen: http://www.tuhomeopatia.com/wp-content/uploads/2012/05/ataquepanico.jpg

martes, 3 de enero de 2017

Decisiones


Una de las primeras canciones de salsa que me gustó (Y debo confesarlo que, a pesar de ser caleño, no soy muy salsero) fue precisamente uno de los éxitos de Ruben Blades que lleva el mismo nombre de este post. La canción, que estoy seguro todos la conocen, relata una serie de situaciones en la vida donde las decisiones marcan un factor fundamental en cada paso de nuestras vidas.

De hecho el estribillo de la canción cita “decisiones… cada día, alguien pierde, alguien gana… decisiones, todo cuesta, salgan y hagan sus apuestas” y en este pequeño coro de la canción relata la realidad de las decisiones en nuestras vidas. Cada que tomamos una decisión, alguien pierde o alguien gana.

Deteniendo un poco mi disertación en esta parte del estribillo, la realidad es que querámoslo o no, cada vez que tomamos una decisión alguien pierde o alguien gana, podemos ser nosotros o puede ser otro, algo tan sencillo como enviar una hoja de vida y obtener un empleo; esa decisión llevó a que otra persona, quien también concurso, perdiera ese empleo seguramente.

Cuando estamos en una calle y abordamos un taxi, y alguien más adelante lo necesitaba, nuestra decisión llevó a que esa persona perdiera esa “oportunidad”. El motivo de estos ejemplos nace porque muchas veces la razón para no tomar una decisión, es el miedo a “lastimar” a otros y lo cierto es que cuando otro no pierde… lamentablemente perdemos nosotros.

A veces la bondad en nuestros corazones nos lleva a retrasar decisiones porque tenemos miedo de hacerle daño a alguien y la realidad es que por sencilla que sea la decisión, siempre, siempre… alguien pierde y alguien gana… el problema es que cuando nosotros perdemos, estamos poniendo en juego nuestra felicidad.

Siguiendo con la canción, la otra parte del coro cita “decisiones, todo cuesta, salgan y hagan sus apuestas” y lo bello de esta parte es que contiene otra gran verdad de la vida. Las decisiones nos cuestan todo, nos pueden costar una vida de felicidad o una vida de tristeza.

Una decisión tan simple como verte con el amor de tu vida, con el cual te encuentras distanciado, una noche intrascendente de lunes, sin un motivo, sino una charla superflua o verte con tus amigos de farra, los cuales puedes ver cualquier otro día del año; puede significar entre reconciliarte con el amor de tu vida o vivir largas noches de pena pensando que debiste haber acudido a esa cita, en lugar de estarte azotando contra las paredes por haber perdido la mejor mujer del mundo.

Las decisiones nos cuestan todo, la felicidad, el éxito o el fracaso, un sí o un no, por insignificantes que parezcan, nos pueden cambiar la vida de la noche a la mañana… “Salgan y hagan sus apuestas” perderás o ganaras con la siguiente decisión que tomes…

Y aunque la canción nos invita a pensar que toda decisión es un juego de azar, en el cual no sabemos si ganaremos o perderemos con la siguiente decisión que tomemos… lo cierto es que el azar depende de que tanto hayamos reflexionado frente a la consecuencia de cada decisión.

Puede parecer un poco patético, pero ante cada decisión que tomemos en la vida, sin importar el rumbo que decidamos, siempre habrá un poco de arrepentimiento frente al resultado de la decisión tomada. El truco está en que tanto esa decisión nos genera felicidad…

Suena contradictorio pero no… hay cosas de las que nos arrepentimos superficialmente, como no ir a una fiesta o no comernos una torta de chocolate, pero en el fondo sabemos que la decisión fue sabia porque el resultado nos va a beneficiar.

Hay otras decisiones, como desaprovechar una oportunidad o perder un amor, que nos marcaran para toda la vida y nos dejaran una herida imborrable, que por más queramos, cada vez que recordemos lo tontos que fuimos al tomar esa decisión, indefectiblemente nos harán llorar.

Hay otras, sin embargo, que no sabes que puede causar más dolor, si mantenerte o dejarlo, si seguir o cambiar, sabes que no importa el camino que tomes vas a llorar desconsoladamente… en ese momento y recordando a Socrates “no importa el camino, te vas a arrepentir”, en ese momento sólo hay una pregunta que hacer… en el largo plazo que te va a generar menos dolor.

Por eso, mi amigo lector, a lo que te quiero invitar con esta pequeña disertación es que en la vida no dejes tus decisiones al azar, no dejes tus decisiones a los demás y mucho menos postergues tus decisiones, por dolorosas que parezcan, por difíciles que puedan ser o las lágrimas que puedan generar a ti o a otros, debes tomar las riendas de tu vida y decidir.


Si lo dejas a los demás o al tiempo, solo obtendrás un resultado seguro, mucha tristeza… y a la vida no vinimos a ser tristes sino felices… así que levántate y decide por tu vida… Algo importante, no importa la decisión que tomes, siempre habrá la posibilidad de volver a decidir y ¡ser felices!

Fuente imagen: http://www.emprendepyme.net/wp-content/uploads/2013/02/Aprender-a-tomar-decisiones.jpg