domingo, 21 de abril de 2019

¡Es una trampa!



Desde que empezamos a tener algo de conciencia deseamos fervientemente crecer, ser adultos y tomar las riendas de nuestra vida, creemos que con la adultez vienen cosas maravillosas, que será increíble cuando alcancemos esa etapa. Lo más bello es que desde que cruzamos la línea de la mayoría de edad nos toparemos en todo el camino con personas que siempre nos dirán “qué esperas para madurar, ya no eres un niño” y ahí vamos por la vida tratando de llegar a esa consabida y deseada adultez madura.

Sin embargo, aprovechando un poco que hoy estamos en Domingo de Pascua, quiero recordar las palabras de aquel carpintero de Galilea cuando un grupo de niños se acercó él y sus discípulos trataron de distanciarlos “dejad que los niños vengan a mí […] porque el reino de los cielos es de quienes son como ellos”. No voy a entrar en conjeturas religiosas o discusiones bizantinas. Para partir diferencias voy a considerar el reino de lo cielos parte desde este plano de la realidad, sin entrar a hablar de lo que pasa después de la muerte.

Y partiendo de esa premisa, que el reino de los cielos (entiéndase paraíso) es de quienes son como niños, es importante definir cómo son los niños y cuál es la diferencia con los adultos. Quizás muchos no compartan las siguientes líneas de mi disertación, pero así lo veo yo.

En primer lugar, los niños no guardan rencor, aprenden a perdonar a otros y a ellos mismos con la facilidad de un abrir y cerrar de ojos. Los niños saben que lo importante es reír, jugar, disfrutar y que el tiempo es oro y no se debe perder en pleitos y rencores. Saben que ese que hace cinco minutos me pegó, ahora es mi compañero y vamos a ganar…

Los niños dan sin medida, porque cuando dan, viene del corazón. Los niños no dan por presión social o por quedar bien con otros, cuando deciden ayudar lo hacen porque su corazón se los dictó y no están pendientes de retribución o premio, solo de la mera satisfacción de haberlo hecho. Del mismo modo, ellos no están pendientes de la opinión de los otros frente a sus actos, cantan, ríen, juegan, saltan, se ensucian y nunca están pendiente de lo que otros puedan pensar, decir u opinar frente a lo que ellos están haciendo. Hacen todo lo que los llena, les genera felicidad y los transforma y eleva a ser felices.

Para un niño lo material no es realmente importante, eso lo han aprendido de nosotros, para ellos es tan divertida una caja de cartón que se puede convertir en una casa o un castillo, como la última Play Statión o el Xbox de última generación, aunque para ellos es más versátil la caja. Ellos no miden a las personas por lo que les pueden dar, sino por lo que pueden compartir, para ellos es más valioso el tiempo dedicado que el dinero otorgado.

Los niños JAMÁS se adaptan a una zona de confort, ellos necesitan cambiar, aprender, evolucionar, seguir… ellos jamás están conformes con lo que no los haga sentir bien, eso los entristece, los desalienta y aburre. Y con base en esto miden todo lo que hacen y deciden en sus vidas, su nivel de medida para todo es que tanta sonrisa me genera, que tanta felicidad me causa, que tan bien me hace sentir.

En cambio, los adultos; no sabemos perdonar, siempre estamos trayendo a colación las heridas del ayer, los dolores del pasado, las penas y amarguras. Nos quedamos atascados en lo que nos hicieron o lo que nos hicimos nosotros mismos “porque es parte de mi y no lo puedo dejar atrás”.  Por otro lado, rara vez los adultos damos sin medida, generalmente damos esperando recibir algo en retribución, y no hablo solo de dinero. Esperamos recibir atención, cariño, prelación. Esperamos que nos devuelvan lo que damos porque damos para recibir, no por el placer de hacerlo.

Y en cuanto a la opinión, nuestra carta de navegación y decisiones es, sin lugar a duda, las opiniones de los demás: no saltamos, no reímos, no cantamos a todo pulmón porque los otros que podrán estar pensando de nosotros, qué nos van a decir, cómo nos van a mirar. Mantenemos un vínculo constante de aceptación y dependencia de los demás, no somos por nosotros mismos, sino por lo que los otros piensan y ven en nosotros. Somos unos adictos absolutos a los demás y no somos capaces de vivir sin esa droga.

Y para acabar de completar, lo material para los adultos se convierte en su indicador más importante de éxito, al mejor estilo de la canción “cuanto tienes, cuanto vales”. La vida se convierte en una lista de chequeo donde debe estar “la casa, el carro y la beca”, pero poco la felicidad, la experiencia, el camino, las sonrisas y alegrías. Más aún, es tal nuestro afán de tener y poseer tanto bienes, como personas, que nos olvidamos de que estamos aquí para alcanzar “el paraíso” (la felicidad) y nos quedamos pegados en lugares infelices y amargados, con tal de no perder lo que hemos conseguido, porque es más importante tener que ser.

Por eso mis amigos, yo creo que crecer es una trampa, es un camino a la tristeza, a la infelicidad, a la amargura. A un camino lleno de listas de chequeo de cosas que debo tener y hacer; pero no a vivir sin listas, sin miedos, sin tristezas… Yo lo creo y te lo digo, crecer es un engaño que busca que nos olvidemos de lo más importante… ¡Vivir!


miércoles, 17 de abril de 2019

Deje así




Corrían los primeros años de mi adultez, ya laboraba y tenía a mi primer heredero cuando surge una de las comedias que más a marcado nuestra bella cultura Colombia; o por lo menos la recreo al pie de la letra: la pelota de letras. Esa comedía que presentaba nuestra cultura y comportamientos como una radiografía, nos hacía reír y nos ponía a reflexionar frente a nuestras costumbres y actitudes.

Una de las cosas que más me llamó la atención fue una frase que era presentada por el comediante (Andrés López) como uno de los clásicos distintivos de las madres: “¡Deje así!”. Esta frase representaba uno de los “mantras” (según el comediante) con mayor poder sobre nosotros, nos cerraba, nos dejaba sin rumbo, perdidos en un gran vacío. Era muy cómico recordar cada vez que nuestra madre había usado esta frase y verlo representado en el espectáculo.

Pero lo más cómico, es como se ha vuelto nuestra regla de vida, como esta expresión ha marcado (en muchas ocasiones) nuestra forma de actuar y de vivir. Son muchas las veces que en lugar de hacer algo frente a nuestra infelicidad, frente a nuestra angustia o frente a nuestros problemas, simplemente nos cruzamos de brazos, bajamos la cabeza y “dejamos así”.

Cuantas veces en nuestra vida tomamos los rumbos equivocados, nos juntamos a personas, empresas o lugares que en lugar de aportarnos nos robaban energía, tranquilidad, felicidad o paz, y en lugar de hacer algo por cambiar esa situación y continuar creciendo y avanzando, preferimos, cual madre de antaño, bajar la cabeza y decirle a nuestro Andrés López interior “¡Deje así Andrés!

Simplemente nos acostumbramos a nuestra zona de confort, y es que aunque algunos no lo crean “maluco también es bueno”, en otras palabras, lo desagradable también se convierte en zona de confort. Es el lugar que conocemos, la empresa en la que he trabajado por años, la persona que conozco y pues que pereza tener que volver a empezar.

Y entonces simplemente dejamos de vivir, simplemente nos volvemos un ente que respira, camina y se amarga; pero que nunca hace nada para cambiar su realidad, solo se queja y aflige, pero es incapaz de tomar las riendas de su vida para hacer algo en pro de lograr su felicidad. Porque da más temor emprender el camino a lo desconocido que aguantarse su triste y lamentable realidad.

¡Pero No! No debemos dejar así, no vinimos a este mundo a aguantarnos la infelicidad, la injusticia, la tristeza, la amargura… vinimos a luchar, a vivir, a ser felices y sonreír ante el sol y las estrellas, vinimos a crecer y cambiar, a ser mejores cada día… no simplemente a acostumbrarnos a una zona de confort.

No señores (y señoras), estamos hechos para aprender, y aprender significa salir de la zona de confort, buscar, empezar de nuevo cuantas veces haya que hacerlo… Estamos en este mundo para ser felices y hacer felices a quienes nos rodean.

Por eso, si algo te hace infeliz, si algo te roba la tranquilidad, si algo te agota y te quita la paz, ¡Cámbialo! Crece, aprende, vive, inicia… renuncia a lo que no te ayuda crecer, deja atrás lo que no te aporta… pero jamás, jamás dejes así.


Fuente imagen: https://gananci.com/zona-de-confort/

miércoles, 10 de abril de 2019

El que no sabe para donde va…



Hace algunos años, estando en una capacitación sobre formulación de proyectos, el capacitador haciendo énfasis en la definición de los objetivos de los proyectos nos digo: “el que no sabe para donde va, cualquier bus le sirve…”. Las risas no se hicieron esperar en el auditorio, fue bastante hilarante.

Obviamente durante muchos años utilice ese mismo “chascarrillo” par soportar en mis clases la importancia de los objetivos en los proyectos; pero sobre todo de la claridad de estos para dar una orientación de que se quiere lograr y a donde se quiere llegar. Ha sido bastante útil en los procesos de capacitación, pero se había convertido en un paisaje dentro de mi discurso.

Solo hasta ahora, cuando han pasado varios meses donde me he sentido sin rumbo, un poco desubicado profesionalmente y apuntándole a todo lo que se mueve (laboralmente hablando) en la búsqueda de una estabilidad personal y profesional me di cuenta de una realidad que había pasado por alto… no he tenido claro cuál es mi destino, a donde quiero realmente quiero llegar.

Es en estos momentos de reflexión que me di cuenta que con todos los conocimientos sobre proyectos y administración que he adquirido en más de quince años de experiencia profesional, en la cual he dirigido proyectos, liderado proceso y orientado equipos, yo me encontraba sin un rumbo claro (en casa de herrero, cuchillo de palo).

Y entonces comprendí que estoy inmerso en una “activitis” sin sentido, sin rumbo, ni destino. Simplemente haciendo cosas para tratar de cumplir con mis obligaciones financieras pero no he sentado a clarificar mis objetivos, mis deseos, sueños y metas y trazar a partir de estos las acciones que debo emprender, las decisiones que debo tomar y sobre todo las estrategias que debo implementar.

Cuantas veces nos dejamos inundar por los afanes diarios, por las nostalgias de un pasado exitoso o por los temores de un futuro incierto y empezamos como locos sin destinos a apuntar a todo, dispararle a todo para ver si en algún momento logramos pegarle a algo y encontrar la tan anhelada estabilidad.

Pero todo lo que estamos logrando con eso es atomizar los esfuerzos, perder energías y desgastarnos sin lograr realmente algo que nos ayude a crecer y así darle la mano a otros para que también puedan crecer con nosotros.

Esa es la oportunidad para detenernos, hacer un verdadero alto en el camino, revisar nuestras metas, plantear los objetivos que queremos alcanzar, definir las metas a corto mediano y largo plazo. Y con todo esto claro, definido y estructurado, proceder a plantear las acciones.

Es difícil enfocarse, mantener la mirada puesta en un punto es totalmente estresante. Concentrar los esfuerzos requiere disciplina y sobre todo constancia, dos de cosas más difíciles de llevar a cabo; pero son realmente el secreto que nos conduce a cualquier destino que nos hayamos planteados.

Así que, he decidido hacer un pequeño alto en el camino, evaluar mi vida y definir mis objetivos… para continuar con miras a lograr los sueños que me he planteado.

Espero que te tomes ese pequeño alto, recuerda “el que no sabe para donde va…”