lunes, 22 de mayo de 2017

¡Matándome suavemente!



Hace algunos días disfrutaba del humor de un meme que hacía referencia al tabaquismo, en la imagen, una cajetilla advertía que el cigarrillo daba cáncer, pero en letra menuda decía que igual la carne, el sol y respirar, así que en últimas tendríamos una muerte horrenda, entonces porque no disfrutar ese “pequeño y malsano hábito”.  Y me dejó pensando en la infinidad de pequeñas cosas que acostumbramos día a día y nos pasarán en un futuro la cuenta de cobro, una manera delicada de matarnos suavemente.

Viendo poco a poco como diariamente tenemos hábitos que nos consumen suavemente, nos van destruyendo. Desde cosas elementales como la sal, la carne y las harinas, solo por mencionar los alimentos. A esto se pueden sumar costumbres como caminar bajo el sol, el exceso de ejercicios, podríamos decir que efectivamente casi todo lo que nos rodea y nos general algún tipo de placer, de una u otra forma nos lleva destruirnos.

Y podríamos llegar a la conclusión de que deberíamos meternos en una esferita que nos evite morirnos trágicamente; pero, ¿realmente estaríamos viviendo? Alejarnos de todo, encerrarnos en una esfera sin disfrutar de nada, encontrándole el pero a cada cosa que encontramos a nuestro alrededor, esa sería solo una forma de matarnos rápidamente, y no lentamente, como estamos hechos para hacerlo, porque lo único realmente claro en nuestra existencia es que querámoslo o no, algún día llegará ese día donde nuestro cuerpo deje de respirar.

Bueno, me he desviado un poco de la temática sobre la que quiero disertar en este post… fuera de nuestros hábitos alimenticios o de nuestras costumbres para sentirnos vivos, hay unos realmente destructivos y que nos consumen. Y estos son los hábitos emocionales, esas costumbres que no destruyen el cuerpo, sino el alma, el espíritu y nos van cortando poco a poco las ganas de vivir.

Son muchos las costumbres de ese tipo que vamos adquiriendo en el camino de la vida, generalmente nacidas de nuestros temores y que nos llevan a tomar posturas de vida que acaban con lo realmente importante, nuestro espíritu. Una de los hábitos más comunes de este tipo es la autoflagelación, tomamos la tendencia a darnos “látigo por nuestras decisiones.

Muy en el fondo de nuestro corazón consideramos que no podemos cometer errores y cuando los cometemos la empredemos lanza en ristre contra nosotros mismos, nos flagelamos, nos castigamos… casi que nos torturamos y obviamente, nuestros vecinos generalmente aportan significativamente a esto, emitiendo juicios de valor sobre nosotros, considerando que nuestros errores “nos definen” y la realidad es que solo representan un momento de nuestra vida, pero que siempre estaremos en capacidad de cambiar. Esta búsqueda de la perfección nos consume peor que el tabaco, porque nunca vamos a ser perfectos, somos imperfectos y ahí está el placer de vivir, en ser imperfectos.

Luego nos encontramos con la firmesa, la inamovible  palabra, es tan precioso ver como las personas se destruyen así mismas cimentadas en esta “astuta” determinación. Escuchas frases de cajón como “es que yo tome una decisión y la sostengo hasta sus últimas consecuencias”, y lo más interesante del asunto es que por dentro se van consumiendo, se van perdiendo, dejando de ser quienes son, pero es que ya se tomo una decisión, ya se dijo algo y hay que mantenerlo.

Me recuerda la postura de un amigo que alguna vez acepto frente a su familia que sus preferencias sexuales habían cambiado, sin embargo tiempo después volvió a sentir atracción por el sexo opuesto, sin embargo ya no se iba a regresar, porque ¿Cómo diría en su casa que antes era y ahora no?... fue bastante cómico. En la vida, gracias el maravilloso Einstein se llegó a la conclusión de que todo es relativo… las decisiones son llevadas a cabo por motivaciones del entorno, pero si estas cambian, estoy en la libertad de cambiarlas.

Olvidamos que no somos máquinas que tengamos una programación, somos seres humanos RACIONALES y libres, por tanto, si las razones de una decisión cambian, yo tengo la libertad de cambiar de postura cuantas veces quiera… nada me retiene en un punto, más allá de mi deseo de autodestruirme. Cambia cuantas veces quieres, solo le debes cuentas a un ser humano, a ti mismos.

A estas costumbres se puede sumar la dependencia, esa horrible actitud que nos genera apego a las personas, a las cosas, al “Statu Quo”… le tenemos miedo a cambiar, queremos mantener nos apegados a las personas, se vuelve una droga, no dejamos ir, no soltamos… parecemos una rémora pegada a otro como si no hubiésemos llegados solos a este maravilloso mundo, hasta de nuestra madre nos cortan el cordón umbilical en el mismo instante de nuestro nacimiento, porque de lo contrario por ahí empezaríamos a morir.

No estamos atados a nadie, ni a nada. El corte del cordón umbilical nos debe enseñar que si mantenemos esos lazos y amarres, poco a poco nos iría destruyendo, consumiendo, infectando hasta desaparecer, dejando de ser quienes somos. La única vida sobre la cual estamos atados, que tenemos que sacar adelante y que nunca podremos soltar, somos nosotros… la vida es un camino, que va cambiando, a veces hay lluvia, otras sol… pero en ese camino siempre cambiante nos encontraremos compañeros de viaje, unos irán a nuestro lado unos metros más que otros, pero lo único que siempre será el constante es el camino, el cambio y tú.

Por último, pero no menos dañino, está el mismo miedo… el miedo a vivir a equivocarnos, a caernos, a rasparnos y aprender. Pero aprender no es encerrarnos en un espejo o llenarnos de prejuicios en el corazón para no volver a experimentar. Vinimos al mundo a vivir intensamente, a disfrutar, a equivocarnos, a caer, a saltar, a soñar, a reír y a llorar. El miedo nos va consumiendo la vida, la fuerza para desear vivir y disfrutar.

Cierto nos vamos a lastimar, quizá vamos a llorar, pero cada lagrima también nos ha enseñado a reír… nada más destructivo que dejar de vivir por miedo, nada que realmente nos mate, como simplemente cubrirnos en nuestro miedo para no hacer las cosas… ¿de qué te cuidas? ¿No sabes que al final no saldrás vivo de esto?

Vive intensamente, con energía, lucha, sonríe, camina bajo la lluvia, tiende la mano, enamórate, perdona, no guardes rencor… solamente vive… no hay tiempo para nada más…


Deja de matarte suavemente y empieza a vivir intensamente. Al final cuando llegues al límite del camino y te toque ver de frente a la parca, lo único que valdrá la pena fue lo que viviste, lo que amaste, lo que ayudaste y lo que reíste.

Fuente imagen: https://exitoxminuto.com/wp-content/uploads/2016/09/man-1394395_1920-649x433.jpg

No hay comentarios.:

Publicar un comentario