lunes, 1 de abril de 2024

¡Hasta la muerte le sabe a bueno!


    Desde las horas tempranas de mi infancia, cada que me pasaba algo por culpa de mi espíritu aventurero y llegaba hecho un mar de lágrimas a los pies de mis progenitores, mi padre me recordaba ese viejo y conocido refránel que por su gusto muere, hasta la muerte le sabe a bueno” recordándome con esta frase, que el riesgo me había sido anunciado con anticipación y aun así yo quise seguir adelante.

    Disertando un poco frente a los elementos de esta píldora de sabiduría ancestral y en relación con los comportamientos típicos de las personas, llegué a la conclusión que no existe comportamiento más autodestructivo, pero al mismo tiempo más apropiado por las personas que el resentimiento. Y es que, aunque en últimas, las consecuencias de esta actitud y decisión terminen por afectar mi vida, mi salud y por supuesto mi felicidad, la gran mayoría de las personas deciden encadenarse a esta decisión, con la misma coherencia que tendría encadenarse a las vías del ferrocarril y esperar a que su llegada nos arrase.

    Todos los medios, las novelas, los programas y hasta las historietas cómicas o en la actualidad los mangas, de una u otra forma tratan de mostrar que la decisión de guardar “resentimiento” no solo es natural, sino lógico, necesaria y casi obligatorio para vivir; sin mostrar como esa decisión es un encadenamiento que nos deja aferrados a un pasado doloroso, dañino, destructivo y que poco a poco nos consume, hasta el punto de acabar con nuestras esperanzas, sueños y deseos, dejándonos solo con el dolor, la rabia, la frustración, la impotencia y el deseo de revancha.

    Al mejor estilo de aquella frase del guagua del ocho y parafraseándola un poco “el resentimiento nunca es bueno, mata el alma y la envenena. Pero sin importar lo que esto representa y al mejor estilo de cualquier justiciero de la televisión, vamos por la vida almacenando resentimientos contra todo y contra todos, contra el conductor que se nos cerró, contra el mesero que nos ignoró, contra el amigo que nos traiciono, contra la pareja que nos falló, contra los padres que nos abandonaron o contra el universo que nos dio la espalda. Y terminamos con múltiples cadenas que nos amarran a múltiples pasados dolorosos, dañinos y consumidores.

    El mantener estas cadenas de resentimiento es únicamente nuestra decisión: dejar de soñar, de sentir, de amar, de vivir y de ver con esperanza el porvenir; o soltar todas esas heridas y dolores, para poder ver como en el horizonte nace un nuevo día, de oportunidades y regalos que no hemos disfrutado, por quedarnos aferrados al pasado de dolor. Son dos simples caminos, perdonar, dejar atrás y seguir o aferrarnos a las heridas, penas y dolores. Tú verás, el que por su gusto muere… por lo menos eso he aprendido yo.

 

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