Recuerdo mucho que en aquellas
discusiones de infancia, cuando uno a otro se decían cosas, nunca faltaba
aquel, que al mejor estilo de un gran filósofo, le sentenciaba al contrincante “No pues, un burro hablando de orejas”…
aquella lapidaria frase en muchas ocasiones dejaba sin argumentos a su aferrado
contrincante.
Y es que a pesar de lo infantil y
tonta que pueda sonar esta expresión típica de los niños, tiene la profundidad
de una verdad universal… cuantas veces vamos por la vida emitiendo juicios de
quienes están a nuestro alrededor, expresiones que menosprecian sus
capacidades, competencias, valores o gustos; y la realidad es que nosotros sólo
somos unos burros, criticando las orejas de los demás.
Recordando esta profunda frase de la
vida de infante me puse a disertar sobre el asunto, cuantas veces por la vida
he ido juzgando la estupidez de los demás, incluso en este mi blog de
disertaciones, han sido muchas las ocasiones donde me he burlado del alto grado de
estupidez de algunos de los compañeros que me he cruzado por el camino de la
vida y hoy mis queridos amigos me llegó la hora de poner el espejo.
Durante muchas veces, al mejor
estilo de la frase con la que título este post, más de uno me la pudo haber
sentenciado, solo soy un burro hablando
de orejas y es que entrando un poco en la intimidad de mi vida, han sido
innumerables las ocasiones donde mi actuar no ha demostrado la más mínima
inteligencia racional y mucho menos emocional… he demostrado una “astucia” (entiéndase el sarcasmo) del
nivel del más estúpido de los seres que haya pisado este hermoso planeta.
Sólo por recordar un episodio, yo
tuve la fortuna de encontrar una mujer como ninguna, inteligente, bonita,
dedicada; tanto que aprendió a cocinar por mi y hacia unos manjares que hoy
extraño. Me perdonó patanadas, me perdono infidelidades y su único afán fue
verme siempre sonreír y ser feliz porque ella era feliz conmigo.
Pero al mejor estilo de los imbéciles
más grandes del planeta, me dedique a perderla, me llene de orgullo cuando me
busco, esperando que volviera a bajar la cabeza, tome el tiempo como una canita
al aire, mientras ella aceptaba que no podía vivir sin mi… pero todo por ser
bueno y amar se cansa, yo que hablaba que había que demostrar y no esperar a
perder para saber lo que se tenía… solo hasta que perdí me vine a dar cuenta de
lo que había perdido.
Hoy, el único consuelo que me queda
es que después de perderlo todo, porque no solo perdí a mi mujer, sino mi
hogar, fue que verme sin absolutamente nada en la vida, me permitió evaluarme y
darme cuenta de cuantos errores estaba cometiendo en mi vida, de cómo todas las
decisiones y actitudes que tomaba solo me estaban llevando a un resultado
lógico y palpable… la más infeliz de las vidas.
Sólo hasta ese momento pude
despertar de mi absoluta estupidez y darme cuenta de cuanto lo estaba siendo, fue darme cuenta que ser sabio no es conocer unos libros, tener una profesión y saberse unas cuantas anécdotas históricas…
ser sabio es saber vivir, es valorar las cosas buenas que la vida nos entrega y cuidarlas; es saber que hay bueno y que hay malo en nosotros y cambiarlo, sin necesidad de
llegar a una crisis; es aprender a pedir perdón y cambiar de verdad, no solo
por el momento.
Ser
sabio es conocer el verdadero valor de las cosas y no solo su precio. No
permitas que llegues a un punto crítico para cambiar, pero sobre todo, cuando critiques
una característica en los demás, asegúrate de que tú no la tengas, es muy feo
verse como Un burro hablando de orejas.
Fuente imagen: http://universal.org.hn/wp-content/uploads/2015/08/se%C3%B1a_1.jpg
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