Últimamente la sociedad de la
inclusión, la sociedad de la aceptación de la diferencia y de las múltiples
inclinaciones, esta sociedad de un pensamiento moderno y pluricultural está
cayendo en una de las doctrinas más antiguas y destructivas que han pasado por
el mundo. Nuevamente, como sociedad, estamos cayendo en la definición de los
extremos, de los juicios de valor hacia el otro partiendo de dos polos.
Nuevamente estamos caminando por ese
mundo donde solamente existen dos
extremos. O se es bueno, o se es malo; o se es luz o se es obscuridad. En
esta sociedad moderna los seres humanos estamos perdiendo, por decirlo de alguna
forma, la escala de grises. Nuestros juicios hacia el otro nuevamente se ven
fortalecidas en esos personajes donde o se es la encarnación de la maldad o se
es la bondad hecha sangre.
Y es que sin darnos cuenta volvimos
a esa creencia filosófica de siglo II iniciada por Manes (Maniqueismo) donde
solo hay extremos. Esa concepción donde se es maldad o bondad, donde no hay
puntos medios. Durante más de X siglos esta doctrina inundó el mundo generando aún
más odios y dolores, que bondades. Fue tal la popularidad de esta doctrina
filosófica que inundo hasta los personajes de la literatura, creando aquellos
grandes villanos llenos de odio y ansiosos de sangre, sin la más mínima de las
penas.
Y aunque psicológicamente existan los
famosos sociópatas o psicópatas quienes efectivamente siente placer ante el
dolor ajeno, aquellos que su más ferviente necesidad es complacer sus deseos
sin importar por encima de quien tengan que pasar (aunque parece la descripción
de muchos), estos sociópatas no representan a toda la sociedad. La mayoría de
los seres humanos no tenemos extremos, no estamos polarizados, tenemos cosas
buenas y cosas malas.
Todos, exceptuando a los perversos,
somos un matiz de grises claros y obscuros, nuestras acciones están cargadas de
cosas buenas y malas, de sueños altruistas y acciones egoístas. Desde cosas tan
sencillas como no estar con alguien por bienestar personal, aunque esa persona
sufra, hasta ceder nuestra comida para ayudar a un necesitado que encontramos
en la calle. Todos los días, todos los seres humanos hacemos cosas que
demuestran nuestra humanidad, ese cumulo de imperfecciones que nos permiten
disfrutar de la vida.
Pero hoy, el grupo de los
pseudointelectuales, ha vuelto el camino hacia ese pensamiento segregacionista,
a ese pensamiento polarizado donde no se puede llegar a acuerdos, ese
pensamiento donde el que no piensa como yo es un perverso. Donde el que yo
tilde de malo, simplemente no tienen nada bueno, solo es un ser perverso y sin
un ápice de bondad.
Estamos volviendo a caminar hacia
ese camino de odio, hacia ese camino donde no reconozco al otro como un ser
humano con errores, ni con la posibilidad de crecer. Estamos en una sociedad
donde muchos buscan que todos piensen igual, donde se está confundiendo respetar
y aceptar al otro, con tener que hacer y pensar como el otro. Y las redes
sociales se están convirtiendo en los canales para sembrar esa lucha entre los
que tienen la luz y los que hacemos parte de la obscuridad.
Nos encontramos en una sociedad que
está cayendo en el obscurantismo nuevamente, pero un obscurantismo de aquellos
que fueron las víctimas y hoy son los victimarios. Donde levantar mi vos y
emitir juicios destructivos hacia el otro es justificable, porque no hay puntos
medios, solo se es luz u obscuridad.
Y pesar de que en mi formación se me
habló siempre de los dos caminos, también siempre se me enseño que el otro es
diferente, que el otro merece respeto. Yo nací creyendo en un Dios que no
distancia personas, que las ama y se sacrifica por ellas, un líder que
interactuaba con todos y que siempre enseñó que no hay nadie que sea digno de
juzgar al otro.
Yo crecí creyendo que todos somos
iguales, que todos cometemos errores, que todos podemos equivocarnos. Yo creo
que los seres humanos no somos polos, no somos extremos. Yo creo que en la
humanidad las cosas no son una simple disyuntiva entre bueno o malo. En todos
hay un poco de ambas, en todos siembre hay algo de generosidad y egoísmo.
Que debo tener presente lo malo para
no volver a sufrir con eso, pero que debo recordar lo bueno para valorar al
otro. Que el hecho de que alguien piense diferente no lo hace mi enemigo, que
el tener otro color de partido o equipo no nos pone en contravía. Pero sobre
todo, que todos cometemos errores y siempre vamos a necesitar el perdón, cuando
lo pidamos.
Por eso, para mí, no es solamente luz
u obscuridad, también hay días nublados, dorados y rojizos, hay mañanas y
tardes grises o plateadas. Y es en todas esas variaciones de la vida donde
realmente está escondido lo maravilloso de vivir. Por lo menos así lo veo yo.
Fuente imagen: https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgZP04je_VItFH0rC954bP3Hf0fUm8Y5YyVrwZjxvV5CAsibArO_VOw9GjTo6S3W6w1b4f5KJhqE5LaMNMbctLba1fRqu_eD_HqCizG8VKINVDHd2fqA4uXp4hqrYQriChBuUX-dcM34J4/s1600/Maniqueismo.jpg