Una de mis mejores amigas se le
acaba de presentar una encrucijada en su vida, una de esas que siempre creemos
que solo pasan en las series de televisión o en las novelas románticas de algún
lunático como Shakespeare en Juleo y Rumieta. De esas que te invitan a dejar,
por la búsqueda del amor (o la felicidad), toda tu dignidad a los pies del
otro.
Y en esas reflexiones que me llevan
a disertar por el asunto, y procurando no ser invasivo con las decisiones de mi
amiga… decidí dedicarle estos pequeños reglones a mis pensamientos al respecto,
no sin antes aceptar que en más de una ocasión yo mismo he dejado en el olvido
mi dignidad y en otras he sido el victimario de la dignidad de alguna otra persona.
Lo primero que realmente quiero
considerar hace referencia a una pregunta que muchas veces me quita el sueño y
es ¿debo darlo todo por amor? Desde el punto de vista más poético y romántico
de mi corazón contestaría sin ningún reparo ¡Sí! ¡el amor lo vale todo! Pero ya
con los años, un poco más reflexivo y menos impulsivo no dudaría en responder al
estilo de Jarabe de Palo “Depende”.
Esto es efectivamente mucho menos
altruista y romántico, obvio, en total contravía del actuar de Romeo o de cualquier
otro personaje de novela que sin dudarlo se arrojaría al vacío para velar por
el bienestar de su enamorada, a quien acaba de conocer hace tan solo unos
instantes.
Sin embargo, ya no creo en el amor
idílico de canciones y poemas, por el cual entreguemos nuestra vida y dignidad,
sin un poco de mesura y recato, sin un poco de garantía de reciprocidad y
reconocimiento por parte del receptor de ese sentimiento. Y es que lo primero
que me viene a la mente es la pregunta ¿cuálquiera debe ser merecedor de ese
amor? ¿la primera o el primero que me cruzo en el camino es un digno receptor
de ese amor?
Desde mi realidad diría que no,
primero hay que saber que tanto nos podemos aportar, que tanto podemos confiar
el uno en el otro, que tanto nos podemos construir, que tanto estamos dispuestos
a hacer el uno por el otro. Que tanto estamos dispuestos a respetar el uno del otro,
y solo entonces, cuando se tiene claro quién será el receptor de tan apreciado
bien, de ese amor sin condición, de ese amor que lo entrega todo y es capaz de
humillar su dignidad, solo entonces lo haría.
Pero viene aquí mi segunda
reflexión. Y es que estoy seguro de que quien te ama, quien te quiere ver
crecer, madurar, desarrollarte y ser cada vez un mejor ser humano ¡JAMAS! Lastimaría
tu dignidad. Sería alguien que te conoce, te respeta, te admira y confía en ti,
y por tanto, sería alguien que nunca se le cruzaría hacer algo que lastime tu
dignidad, todo lo contrario, sería alguien que la protegería, que la defendería.
Que daría su vida por ella.
Cierto, hay muchas cosas que
confundimos con amor, hay muchas cosas como el deseo de no estar solo o como diría
Rocio Durcal la costumbre, el apego o el miedo a la soledad… y creemos que esas
cosas son lo suficientemente importantes para “hacer un último intento”
Pero la vida me ha enseñado en estos
casi 39 años que, cuando intentas forzar las cosas, cuando las cosas no surgen
naturalmente y se dan de forma fluida, con los roces normales de cualquier aprendizaje,
cada intento tendrá el mismo resultado porque las variables son las mismas. Si queremos
obtener resultados diferentes tenemos que hacer cosas distintas, y eso
significa cambiar las variables.
Y definitivamente, si el principal factor
para tener que dejar la dignidad de lado es la “desconfianza”, santo cielo, ahí
sí que se está perdiendo el tiempo, porque el elemento mínimo que requiere una
relación para sobrevivir es confianza mutua. Eso es como tratar de armar un
rompecabezas al cual le faltan las principales piezas.
Así que, al menos desde mi punto de
vista, el asunto no es si amor o dignidad, amor es dignidad y reciprocidad…
amor es confianza.
Fuente imagen: https://www.chanboox.com/2018/07/07/charla-4-la-dignidad-e-identidad-de-la-persona-humana/