Últimamente he vuelto a las
discusiones sobre política, actualidad, estado y demás temas relacionados. En medio
de una de mis clases, hace algunos días surgió el tema de lo altamente corrupto
de las instituciones públicas, los dirigentes y los encargados de hacer cumplir
la ley. Fue entonces donde disertando sobre el asunto y recordando algunas
posturas afirme en mi clase que el problema somos realmente nosotros.
Cierto, son muchas las publicaciones
que hablan de que el problema somos todos, porque no leemos, porque no nos
informamos, porque solo criticamos o porque nos vendemos por cualquier moneda.
Pero ese no es el único problema.
Nosotros somos la raíz porque nosotros
creemos en “sacarle ventaja” al otro (malicia indígena), en pagar para ser beneficiados
antes que otro, como en las colas para atenciones; porque estamos atentos a
criticar y destruir, antes que entender y apoyar. El gran problema es que somos
un cúmulo de frutas podridas, llenos de deseos de ser ventajosos, egoístas,
individualistas y sobre todo envidiosos.
Nos cuesta trabajo movernos en pro de
ayudar a otros, guardamos rencores hacia los demás como atesorando piedras
preciosas y lo hacemos por los siglos de los siglos. No pensamos nunca en los
sentimientos o en los derechos de los demás y mucho menos concebimos que el
bien común nos beneficia a TODOS.
Somos una sociedad enferma que a la
hora de elegir dirigentes no votamos a favor de alguien sino en contra, porque
más fácil nos mueve el odio, que el amor. Decimos odiar al delincuente siempre
que este no haga parte de nuestra familia y de nuestros seres queridos. Porque entonces
decimos que la ley y la justicia “no son para los de ruana” y esos inocentes
delincuentes les toca pagar.
Y en ese orden de ideas, hasta que
soltemos ese individualidad, ese egocentrismo, hasta que no entendamos que la
norma y las leyes son para cumplirlas y lograr una sana convivencia “así no me
parezca” entonces, solo entonces tendremos la capacidad no solo de cambiar nuestro
barrio, nuestra ciudad o nuestro departamento, sino que seremos capaces de
cambiar nuestro país y el mundo.
Pero debemos asumir nuestras
responsabilidades, cumplir con nuestros deberes, apoyar a nuestros hermanos,
aprender a tender una mano, antes que la crítica, a ayudar antes de empujar y
sobre todo a perdonar… a perdonar a quien nos hiere y a amar a quien nos rodea.
Entonces estaremos construyendo una senda diferente para lograr un mundo
diferente, uno donde realmente sea el imperio de la ley.
Es lo que he aprendido en esta vida.
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