Alguna vez hablando con mi anciano padre me contó una anécdota
(no se que tan documentada) del dialogo entre Sócrates y uno de sus discípulos sobre
una trascendental decisión que debía tomar en su vida: casarse o no casarse. Y
entonces el gran filósofo solo tuvo a bien contestarle: “si te casas te vas a
arrepentir, pero si no te casas, también te vas a arrepentir”.
Siempre me dejó un sin sabor recordar esa historia, como
es posible que sin importar el camino habría algo de que arrepentirse, y
entonces que pasa con los finales felices, con las decisiones “obvias” esas que
sine qua non te conducirán a ese estado fundamental de felicidad, esas decisiones
que tomas completamente seguro de que no habrá nada, absolutamente nada de lo
cual arrepentirse.
Pero a medida que la vida me ha llevado por diferentes
caminos me he dado cuenta que sin importar lo bueno, lo malo, lo perjudicial o benéfica
que pueda parecer una decisión en la vida, ese camino que decidiste dejar atrás
siempre traerá consigo un “¿Y si yo hubiera?” y entonces vienen los lamentables
arrepentimientos.
Desde decisiones elementales como que comer, que vestir,
por donde irse, a donde ir, donde trabajar, etcétera… siempre el camino
abandonado, la ruta no seleccionada nos generará en el fondo un sentimiento de
tristeza y desolación. Pero entones ¿cuál es el camino?
Algunos deciden llevar la vida sin tomar decisiones,
solo dejarse llevar como hojas al viento y consideran que lo que pase será
fruto del “karma” de vidas pasadas y por tanto no hay mucho sobre lo cual
decidir, no hay muchas rutas que seleccionar o decisiones sobre las cuales
responsabilizarse.
Otros prefieren volverse grilletes de sus propias decisiones,
yendo por la vida sin cambiar de decisión sosteniéndose cual muro de concreto
sobre las decisiones tomadas y manteniendo los embates de la vida en su
decisión a pesar de los sufrimientos y agonías que estas les puedan generar.
Consideran que al tomar una decisión no hay otro camino no hay otra vía y se
deben “mantener firmes”, convirtiéndose en mártires de sus acciones.
Pero ninguno de estos caminos conduce realmente a una
paz, la vida no se puede vivir al viento, sin responsabilidad sobre mis actos o
sobre lo que pasa en mi vida, todo lo que pasa en mi vida es consecuencia de
una decisión que tomé o dejé de tomar, y eso es lo primero que debo tener en la
mente.
Lo segundo, evaluar cual es el daño que puedo causar
terceros con mis decisiones, porque no podemos ir por la vida dejando huellas
de dolor en los corazones de otros cada que tomamos una decisión, pensando
egoístamente solo en nuestra necesidad… como si fuéramos Mr. Hide, liberando
siempre nuestra pasión y deseos sin ninguna medida más que nuestro propio
disfrute.
Lo tercero, evaluar que tanto aporta cada decisión en
para el logro del fin último de cada ser humano, ser feliz y vivir en paz. Teniendo
claro, como en el derecho, que mi bienestar y mi felicidad no puede estar cimentada
en el dolor o la amargura de otros. Lo difícil de esta parte es tener la
claridad real de que es lo que realmente me hace feliz, de que es lo que
realmente quiero, sueño y aspiro.
Lo cuarto, que no somos un árbol plantado que una vez
tomada una decisión no hay otro camino, no hay retorno, ni posibilidad de
cambio. Como seres humanos, lo más bello que tenemos es la posibilidad de
cambiar. Y no solo la posibilidad, tenemos la necesidad de crecer, de cambiar,
de seguir, de evolucionar. No importa cuanto tiempo haya pasado, siempre habrá
la oportunidad de cambiar una decisión. Obvio se debe tener presente que toda
decisión tiene una consecuencia y quizá cuando quiera cambiar ya no tenga los
mismos caminos, pero ponerme yo mismo el grillete.
Y quinto, aunque algunas decisiones nos generan algún
sentimiento de desolación o tristeza, no todo es para siempre. A veces los
caminos más difíciles y desolados son los que nos conducen a los mejores paraísos,
el secreto esta en tener la absoluta certeza de cuales fueron los motivos para
tomar una u otra elección.
Por lo menos así lo veo yo.
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