Estamos a unos días de mi onomástico,
ya van a ser 38 primaveras de haber abierto por primera vez los ojos en este plano
de la vida. Estas fechas están llenas de sueños, metas para el año venidero,
evaluaciones de lo realizado en pasado y expectativas por quienes serán los
corazones que compartirán esta fecha tan especial con nosotros.
Y entre todo lo que se piensa y se
evalúa, por superficial que parezca, son los regalos que nos han dado a lo
largo de los años donde nos detenemos un poco más. ¿Quién me ha dado regalo de cumpleaños? ¿cuál ha sido el más
transcendental, el mejor, el más recordado, el que más duró? Y entre tanta
pendejada que se viene a la cabeza, entre tantas ideas que van y vienen, llegué
a una conclusión. El mejor regalo que la vida me ha otorgado fue mi padre.
En las primeras horas de mi infancia
recuerdo siempre sus consejos, sus historias, aquellas que me llenaron de
recuerdos sobre batallas de la antigüedad, de reyes malditos, de repartos del
mundo y incluso de parvadas de palomas. Cuanto hablaba de Pitágoras, de Platón,
de Sócrates y Thales, cuando discutíamos sobre el “cogito ergo sum” o el “vini vidi
vici” de Julio Cesar.
Están en mi memoria las vacaciones a
su lado trabajando, hasta que el cuerpo aguante porque “hay que terminar” y
todo debe quedar bien hecho. Las largas a caminatas con destino. Las sentadas
tomar “vitamina S” o las tardes de escuela donde al tomar mi descanso en se
encontraba sentado en “asofamilia”.
Ha sido mi guía, mi inspiración, mi
consejero, mi ejemplo. Sus palabras me ayudaron a no caer en más vicios, a
superar los momentos de necesidad. A buscar siempre ser el mejor en lo que
hago. A trabajar con entrega y sobre todo a estudiar.
No se que me depare la vida, no se
cuentos retos, cuantas aflicciones o cuantas metas por superar, solo se que sus
consejos, sus palabras y su ejemplo serán siempre la guía para tomar los
mejores caminos que emprendamos.
Cierto, he cometido muchos errores. Pero
cada que lo evalúo encuentro sin muchas sorpresas que siempre fueron aquellas decisiones
que no contemplaron sus consejos y que cuando lograba supera las aflicciones,
estaba de base sus consejos.
No creo realmente algún día tener su
sabiduría o su fuerza de voluntad para soportar las tentaciones y superar las
dificultades, no creo nunca llegar a ser una pequeña sobre como padre, de lo
que el lo ha sido, tanto como padre, como abuelo. Pero solo espero que la vida
me permita verlo siempre sonreír, por lo menos por muchos cumpleaños más.
Solo me resta decirle a la vida,
gracias por ese maravilloso regalo, gracias por mi padre.