Hace unos días una amiga a quien
quiero mucho me envío una imagen y me pidió que escribiera sobre lo que esto me
inspiraba, y viéndola empezó a volar la imaginación y mi corazón. Todos los
elementos que podía ver en la imagen los relacioné con una de las cosas que amo
hacer, esa que aspiro sea la que ocupe los últimos años de mi vida: enseñar.
Cuando me iniciaba en la formación
secundaría, donde tuve por fortuna ingresar a una institución educativa normal
(Las escuelas “normales” formaban a los maestros de básica primaria, hace unos
años), empecé a recibir clases de orientación vocacional para dirigir mis
pasos hacia esta labor. Sin embargo en esa etapa de mi vida tuve varios roses
con personas que “vivían del tablero y la
tiza” pero detestaban su ocupación y por ende orientaban a las mentes
jóvenes a dedicarse a otras ocupaciones.
A pesar de esto, extrañamente en mi corazón la
docencia y la pedagogía se sembraron con fervor. Sé, que como
dice mi abuelo, “cada viejito alaba su
bastoncito”, y para cada uno su profesión será la más importante, la de
mayor impacto, la de mayor trascendencia para la sociedad o la más importante.
Cada uno verá que su profesión es la más necesaria para la sociedad. Por lo
que, buscando no herir susceptibilidades, les daré la razón, todas las
profesiones son supremamente importantes, necesarias,
fundamentales, críticas para que se mantenga el “contrato social”.
Sin embargo, eso es así porque la
docencia no puede ser vista como una profesión. No, no es solo una ocupación
para generar ingresos y buscar un estilo de vida (aunque muchos la utilicen de
esa manera), la docencia es la invitación a transformar las vidas, a sembrar la
curiosidad en los corazones de las personas, a promover el autorreconocimiento
y la valoración. La docencia es una vocación encaminada a buscar el crecimiento
del ser humano.
Cierto, hay muchas profesiones que
se encargan de nuestro cuidado, de nuestra salud y de nuestros bienestar, los
que nos administran, los que nos dirigen, los que nos cuidan. Pero solo una se
encarga de invitarnos a ser, a conocer, a avanzar. Es una vocación que invita a
quienes la ejercen a ver su labor como algo más allá de la remuneración. Lo que
está en las manos de un docente no es una vida, es la vida misma de la persona
y de quienes tengan relación con ella.
A través del docente una persona
puede abrir su mente, puede apasionarse por la vida y el conocimiento o puede
cogerle aberración y odiarla. Un guía, un maestro, un docente toca vidas, toca
los corazones, las razones y las perspectivas de las vidas que serán, a partir
de ahí, un nuevo ser. El fruto de esta labor no es inmediato, pero de él dependerán las decisiones y las acciones que emprenda hacia
el futuro.
Muchos somos lo que somos por
nuestros maestros, profesores y docentes, los recordamos con cariño o tal vez
con odio, nos apasionamos por lo que nos enseñaron. Muchos de los caminos que
tomamos fueron fruto de su ejemplo de su pasión. La excelencia la buscamos a
partir de sus instrucciones.
Cierto, nuestros padres son parte de
esta influencia, pero eso es cuando nuestros padres, como primera escuela en la
que nos encontramos, actúan como un maestro de vocación, cuando nos enseñan y aman, guiándonos para empezar a interactuar con otros maestros y profesores.
Mi pasión por enseñar nació con mi
profesor de tercero de primaria, un hombre amante de su labor, apasionado por lo que hacía y que nos inspiraba a todos a ser mejores. Luego vino con un maestro,
que a pesar de ser sacerdote, tenía la capacidad de aceptar al otro en sus
diferencias (digo a pesar por que muchos se toman el papel de jueces de la
moral), él nos enseñó a aceptarnos, a vivir, fue de quien copie mi costumbre de
iniciar mis clases con una frase.
Pero mi principal motivante a ser
maestro ha sido mi padre, quien fue mi primer maestro, me enseñaba con
paciencia, me retaba a ser mejor. Me escuchó y aconsejó. Siempre habló de todos
los temas de la vida, la ciencia y la filosofía.
Por eso, no importa que labor realce
hoy, no importa en cuantas áreas y profesiones me pueda desempeñar, algo que
tengo muy claro es que mi vida la quiero terminar en un aula de clase
inspirando a otros a ser mejores y a transformar no solo sus vidas, sino también
la vida de quienes estén a su alrededor.
Por eso, ser maestro, guía, docente
o facilitador no es una labor o profesión, es una vocación.
Fuente imagen: https://www.facebook.com/ximena.m.munoz.98
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