Hace algunos años, estando en una capacitación sobre
formulación de proyectos, el capacitador haciendo énfasis en la definición de
los objetivos de los proyectos nos digo: “el que no sabe para donde va,
cualquier bus le sirve…”. Las risas no se hicieron esperar en el auditorio, fue
bastante hilarante.
Obviamente durante muchos años utilice ese mismo “chascarrillo”
par soportar en mis clases la importancia de los objetivos en los proyectos;
pero sobre todo de la claridad de estos para dar una orientación de que se
quiere lograr y a donde se quiere llegar. Ha sido bastante útil en los procesos
de capacitación, pero se había convertido en un paisaje dentro de mi discurso.
Solo hasta ahora, cuando han pasado varios meses donde me he
sentido sin rumbo, un poco desubicado profesionalmente y apuntándole a todo lo
que se mueve (laboralmente hablando) en la búsqueda de una estabilidad personal
y profesional me di cuenta de una realidad que había pasado por alto… no he
tenido claro cuál es mi destino, a donde quiero realmente quiero llegar.
Es en estos momentos de reflexión que me di cuenta que con
todos los conocimientos sobre proyectos y administración que he adquirido en
más de quince años de experiencia profesional, en la cual he dirigido proyectos,
liderado proceso y orientado equipos, yo me encontraba sin un rumbo claro (en
casa de herrero, cuchillo de palo).
Y entonces comprendí que estoy inmerso en una “activitis”
sin sentido, sin rumbo, ni destino. Simplemente haciendo cosas para tratar de
cumplir con mis obligaciones financieras pero no he sentado a clarificar mis
objetivos, mis deseos, sueños y metas y trazar a partir de estos las acciones
que debo emprender, las decisiones que debo tomar y sobre todo las estrategias que
debo implementar.
Cuantas veces nos dejamos inundar por los afanes diarios,
por las nostalgias de un pasado exitoso o por los temores de un futuro incierto
y empezamos como locos sin destinos a apuntar a todo, dispararle a todo para
ver si en algún momento logramos pegarle a algo y encontrar la tan anhelada
estabilidad.
Pero todo lo que estamos logrando con eso es atomizar los esfuerzos,
perder energías y desgastarnos sin lograr realmente algo que nos ayude a crecer
y así darle la mano a otros para que también puedan crecer con nosotros.
Esa es la oportunidad para detenernos, hacer un verdadero
alto en el camino, revisar nuestras metas, plantear los objetivos que queremos
alcanzar, definir las metas a corto mediano y largo plazo. Y con todo esto
claro, definido y estructurado, proceder a plantear las acciones.
Es difícil enfocarse, mantener la mirada puesta en un punto
es totalmente estresante. Concentrar los esfuerzos requiere disciplina y sobre
todo constancia, dos de cosas más difíciles de llevar a cabo; pero son realmente
el secreto que nos conduce a cualquier destino que nos hayamos planteados.
Así que, he decidido hacer un pequeño alto en el camino,
evaluar mi vida y definir mis objetivos… para continuar con miras a lograr los
sueños que me he planteado.
Espero que te tomes ese pequeño alto, recuerda “el que no
sabe para donde va…”
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