Hace algunos días viene rondando mi
cabeza una conversación entre crítica y jocosa con una de las personas que más
me ha influenciado en la vida para ser mejor, en esta crítica me acusaba de no
tenerle miedo ni a Dios mismo con mis comportamientos, los cuales sin negarlo a
veces cruzan la delgada línea de la valentía y se convierten en osadía.
Pero más allá de mis comportamientos
osados o incluso, en algunos momentos, limitando con la irresponsabilidad; me
quedé disertando frente al concepto del miedo. Esta no se puede negar que es
una de las emociones más naturales y presentes en cada una de las etapas de
nuestra vida. En las medidas justas es el factor fundamental para lograr
nuestra supervivencia en los entornos más tenebrosos y en los escenarios más peligrosos.
Recuerdo mucho que una de las películas
favoritas de mi infancia “aracnofobia” el personaje más “temeroso” y quien
mayor precaución siempre mostró frente a los antagonistas de la película, las
incomprendidas arañas, fue el único que al final lograr sobrevivir y derrotar a
todo el ejército de octópodos que buscaban erradicar la vida en aquél apartado
pueblo norteamericano.
Y entonces en mi disertación no podía
dejar de pensar que en muchos casos, era evidente que el “miedo” en sus debidas
proporciones, era realmente un medio para superar los más desafiantes peligros
y lograr sobrevivir ante las pruebas más fatídicas que la vida nos presenta.
Pero, como todo en la vida, cuando esta emoción supera los estándares
necesarios para nuestra supervivencia, simplemente nos transforma en seres
inertes que ya ni siquiera existen.
Cuando el miedo, nos embarga, cuando nos
impide vivir, cuando incluso no lleva a olvidar la importante de la vida, como
el amor, como la felicidad y nos relega a un estado casi vegetativo, es
entonces cuando en lugar de brindarnos la sana protección de nuestra
supervivencia, se convierte en una prisión de la cual solo la muerte nos podrá
librar.
No hay argumento que nos convenza de
enfrentar el miedo, no hay razón, ni lógica que nos lleva a dejar nuestros
temores aún lado y avanzar, solo hay una forma de superarlo y es llenar
nuestros corazones con dos emociones mucho más poderosas: amor y esperanza.
Solo el amor y la esperanza logran neutralizar la fuerza que el miedo ejerce
sobre nosotros.
Solo el amor de una madre la puede llevar
a enfrentar una jauría por rescatar a su hijo, solo la esperanza de un mejor
mañana nos puede motivar a dejar nuestros miedos y lanzarnos a emprender un
nuevo camino. Así que, si queremos crecer, si queremos lograr nuestros sueños
debemos enfrentar nuestros miedos, llenando nuestros corazones con todo el amor
que podamos y toda la esperanza que nos queda y emprender el viaje por lo que
queremos
En otras palabras, Como lo veo yo, el
miedo en sus justas proporciones, pero el amor y la esperanza desbordando
nuestras vidas.
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